Crónica de la ilegalidad

Juan Manuel Álvarez Cruz

Por: Juan Manuel Álvarez Cruz

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Hija de humildes campesinos dedicados a la minería artesanal y el cultivo de cebolla junca en su natal Vetas, María Montañez; no entendía las revueltas y marchas que en Bucaramanga se hacían en contra de los proyectos de minería que, según funcionarios de empresas con un español algo confuso y trabado, prometían gran desarrollo para la región, trabajo y oportunidades para sus habitantes. A pesar de haber cursado hasta solo primaria en la escuela de la vereda para luego dedicarse a las actividades del hogar y el campo, asistía de manera fervorosa a cuantas reuniones se hacían por parte de las comunidades, empresas, activistas ambientales, Ministerio de Medio Ambiente y personas interesadas que llegaban a la zona, ya sea a favor o en contra de proyectos de minería en el famoso Páramo de Santurban.

“¿Protección del agua? ¡Pero si nunca han venido por acá!, ¡nadie nos ayuda! ¿Quién nos va a mantener si ni cultivar cebolla dejan”? exclamaba furibunda en los mítines a los que asistía, preocupada por la nueva situación que se veía venir.  Aunque entendía los riesgos para la salud y el medio ambiente que generaba el uso de mercurio y la deforestación de los frailejones para sus sembradíos,  su preocupación crecía de manera exponencial en razón a que la mina para la que trabajaba y los cultivos de cebolla que daban para su mantenimiento se encontraban inmersos en la zona protegida, hasta que, por orden de la Policía Ambiental tuvo que desalojar sin recibir ayuda alguna por parte del Estado y sin más remedio, como muchos de sus coterráneos setenta años atrás en la época de la violencia, emigrar para la ciudad por la entrada más cercana que conocían, el cerro de Morrorico.

Con una mano adelante y otra atrás, una caja llena de corotos y sueños rotos, María, madre soltera y sus tres hijos aterrizaron en el asentamiento Miramanga, dejando lo que en algún momento era una vida modesta pero cómoda en el campo. Ante la imposibilidad de acceder a un crédito, menos a una vivienda de interés social de casi Cien Millones de pesos, logró negociar con un “urbanizador” un pequeño lote en Quince Millones de pesos pagaderos a diez años, sin necesidad de un acreedor con garantía real, cumpliendo el sueño de poder tener una casita propia, construida por sus propias manos. Si bien las condiciones eran precarias, con el tiempo fueron provisionando lo básico para vivir; contaban con la red eléctrica que prestaba el servicio a sus vecinos, cocinaban con leña teniendo en cuenta el alto costo de la pimpina de gas, un alcantarillado artesanal que descarga aguas sucias en el Barrio Miraflores y una manguera que los abastecía de agua, lo cual era suficiente para la mediagua que les protegía del sol, la lluvia, el frío y los amigos de lo ajeno que rondaban el asentamiento.

A pesar de las cifras entregadas por el DANE y el bajo desempleo de Bucaramanga, después de presentar cientos de solicitudes en ferias laborales del SENA y otras convocatorias, su escasa formación académica, nulas referencias laborales, mercado competido y poca experiencia en actividades que se desarrollan en una ciudad, le obligaron a invadir una esquina frente a la Plaza Central que le permitía vender cebolla como única opción de poder mantener a su familia a pesar de los acosos de policías y funcionarios de la alcaldía.  Las jornadas eran duras y; a pesar de la edad, María era recia para el trabajo y no se amilanaba con nada, bueno, casi nada, entraba en pánico cuando no le alcanzaba para cumplir el paga diario que llegaba a cobrar los préstamos que hacía para poder cubrir los malos días de ventas y llevar un plato de comida a la casa.

Ante dicha situación que pasaba la familia y con el sueño de que sus hermanos menores pudiesen por lo menos terminar el Bachillerato, Jhon, su hijo mayor, asumiendo el rol de hombre de la casa, viendo la falta de rutas de buses para movilizar a casi 20 mil personas que habitan en la Comuna 14, decidió retirarse del colegio público para alquilar una moto, que le servía como medio de transporte para llevar a su progenitora al trabajo y ganar unos pesos extras subiendo personas y haciendo domicilios desde la Plaza Guarín a los barrios Morrorico, Albania, Vegas, entre otros. Si bien le preocupaba que los agentes de tránsito lo pararan por no tener el SOAT vigente, el trabajo era bueno y bien pagado ante la necesidad de la gente por movilizarse en la ciudad.

Situaciones como las vividas por María Montañez y su familia, la padecen millones de habitantes de los estratos más bajos de las ciudades colombianas, donde el rebusque son su fuente de ingreso y oportunidad de vida ante una creciente demanda de servicios, que el Estado no ha sido capaz de responder. Para muchos, vivir en un asentamiento humano en alto riesgo, movilizarse en moto taxi, invadir espacio público, tener que pedir préstamos a un gota – gota, no es una opción, es la única forma de sobrevivir y poder mantener a su familia; por lo tanto, comprender las dinámicas sociales y económicas antes de juzgar desde la comodidad, permitirá al colectivo ciudadano, sus representantes y dirigentes identificar problemas, causas, circunstancias y así planificar la economía, movilidad, gasto público, inversiones en infraestructura, políticas de vivienda, acceso al financiamiento para los más pobres, seguridad e impuestos, mediante la generación de políticas públicas integrales que más allá de la represión de la ilegalidad que, en muchos casos, es una consecuencia y no una causa del problema.

 

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