Marketing: ¿Superalimentos, alimentos funcionales o marketing?

El consumidor de hoy día se ve inmerso en un bombardeo de términos nuevos relacionados con la alimentación, que prometen panaceas en salud y eterna juventud. Esto se debe al cambio que ha sufrido el concepto de alimentación a lo largo de los últimos años, donde se busca un valor añadido al alimento, relacionado con la paradójica involución de las costumbres de la sociedad, que acompañan desde la infancia. Esto se debe a un aumento del sedentarismo (mucho coche, poco andar), mayor desequilibrio en la dieta, con tendencia a una mayor ingesta de hidratos de carbono, bebidas carbonatadas, grasas saturadas, propio de la comida rápida y procesada, en sustitución de la tradicional dieta mediterránea (legumbres, frutas y verduras, pescados, aceite de oliva, agua o consumo moderado de vino o cerveza), que ha terminado desencadenando un aumento en la prevalencia de ciertas enfermedades, como la diabetes o la obesidad.

Entre estos términos hay dos expresiones que se escuchan con mucha frecuencia: ‘superalimentos’ y ‘alimentos funcionales’. Pero ¿qué son estos alimentos?, ¿cuánto de verdad, avalado por la investigación, hay detrás? o ¿son meras estrategias de mercado?


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La palabra ‘superalimento’ es una atractiva etiqueta que se coloca a algunos alimentos ‘de moda’, que sugiere que estamos ante una extraordinaria fuente de salud, debido a la presencia en los mismos de algún nutriente singular, generalmente vitaminas o minerales. Esto no deja ser marketing, ya que cualquier alimento saludable natural aporta algún nutriente o conjunto de ellos, beneficioso para la salud. Lo más significativo es que al superalimento le dura la increíble actividad hasta que se pone de moda el siguiente. En los años 80 la leche se consideraba el alimento más completo, si bien hoy día tiene muchos detractores, sin intolerancia alguna, que se decantan por los beneficios de la soja, o de las bebidas de almendra, coco, arroz, etc., sin tener en cuenta que el calcio mejor asimilado es el proveniente de los lácteos (perfectos para la población general). Entre los ejemplos de superalimentos que van pasando de moda están la granada, los arándanos, las bayas de goji, chia, kamu-kamu, kale, etc. Con todo esto no se quiere decir que este tipo de alimentos sea perjudicial, sino que son complementarios a otros de consumo común en nuestra dieta tradicional, sin aportar más que un cítrico, otras frutas y verduras de nuestra huerta, legumbres, pescados o aceite de oliva, por ejemplo.

El otro concepto es el de ‘alimento funcional’, que son aquellos que tienen un efecto potencialmente positivo en la salud más allá de la nutrición básica, pero con un valor añadido, que parece ser obviado en muchos casos. Y es que dicho potencial tiene que haber sido demostrado de forma científica. Debido a ello, son relativamente pocos los que han sido aprobados como tales por el reglamento de 2006 de la UE, que nació de la propaganda engañosa que existía entorno a los mismos, y que hace hincapié en el etiquetado, presentación y publicidad, indicando siempre que son alimentos que deben formar parte de una dieta sana y equilibrada, debiendo consumirse cuando sus beneficios no puedan alcanzarse con la dieta normal.

No podemos olvidar que los alimentos ni curan ni salvan vidas (no son medicamentos), pero una dieta equilibrada, junto con la realización de un ejercicio moderado y la supresión de hábitos no saludables (como tabaquismo), ayudan a mejorar la calidad de vida.

El problema está en que es más fácil comer lo que gusta y realizar esfuerzo cero. Es aquí donde el marketing tiene su nicho, haciendo creer que existen panaceas y generalizando evidencias científicas parciales (por ejemplo la propaganda dirigida a potenciar el consumo de quinoa por su alta concentración en hierro, sin tener en cuenta que el hierro no hemo (procedencia vegetal) se asimila mucho peor que el hemo, de procedencia animal). A la vez que tampoco toma en cuenta las diferencias que existen en la asimilación de los alimentos por parte de cada individuo (no todo sirve para todos). Es decir, se lanzan mensajes sesgados de cierta información científica, ya que no existen los superalimentos como tales (son alimentos de moda con propiedades saludables) y solo son alimentos funcionales los que están avalados por un largo recorrido de investigación científica. El problema es que, en general, la industria alimentaria invierte más en marketing que en investigación.

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