En las redes sociales, el disenso aparece como una amenaza a lo políticamente correcto

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De un tiempo a esta parte, parece ser un inconveniente aceptar ideas divergentes. Como si nos sintiéramos poseedores de alguna forma inatacable de verdad o nos atemorizara la posibilidad de descubrir que nuestros argumentos pueden resultar endebles o políticamente incorrectos y que esa fragilidad nos condena ante la mirada de los demás.

A partir del abordaje de una serie de problemáticas actuales que la filósofa Diana Cohen Agrest desgrana minuciosamente en su nuevo ensayo, Elogio del disenso. Dilemas éticos para pensar(nos) hoy, es posible detectar distintas controversias surgidas alrededor de temáticas como la objeción de conciencia, la amenaza intrusiva de la Big Data, el dopaje en la competición deportiva, la cultura de la cancelación, el uso del lenguaje inclusivo, la experimentación animal o la legitimidad de la prostitución, cuestiones que engendran inexorablemente planteos éticos de resolución incierta o, si se quiere, inconclusa.


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A través de una entrevista virtual, Clarín charló con su autora sobre este ensayo, fundado en variadas ejemplificaciones y en planteos filosóficos en diálogo con una copiosa bibliografía.

–¿La escasa disposición que tenemos hacia el disenso es un mal de época de carácter nacional o un defecto contemporáneo globalizado?

–Hasta la Ilustración, la cultura estuvo moldeada por los dogmas de la Iglesia (recordemos, sin ir más lejos, que el disenso de Galileo Galilei, esa tal vez apócrifa pero silenciada “Eppur si muove” ante el Cardenal Belarmino casi le cuesta la vida).

A fines del siglo XVIII, la consigna es pensar por uno mismo y ese giro conduce a cuestionar las verdades establecidas. Ese movimiento estalló en Mayo del ´68, cuando el “prohibido prohibir” devino un romper con gran parte de las barreras establecidas. Pero el giro fundamental resultó de las redes sociales, las mismas que globalizan los mensajes y donde el disenso aparece como una amenaza a lo políticamente correcto.

Sin embargo, si bien es un fenómeno de la cultura global, tal vez sería más apropiado calificarlo de “glocal”, porque un movimiento como el #MeToo, por poner un ejemplo del libro, comenzó como un fenómeno local en los Estados Unidos que luego se reprodujo en distintos países, resultando así de factores tanto globales como locales. Hubo un #MeToo en Francia, otro en Argentina, entre otros.

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