Historia de La Vaguada, primer centro comercial de España

Protestas vecinales, dos genios enfrentados y un millonario francés

  • Es un símbolo de Madrid y edificio estrella del Barrio del Pilar, pero no siempre fue así. Desde su polémica construcción hasta su nuevo plan de reforma han pasado cuatro décadas y no todas han sido tranquilas

Según publica elpais.com La vegetación verde predomina en su fachada, que se alarga durante cientos de metros a uno y otro lado. Su altura permite disfrutar de un cielo azul radiante y los vecinos que entran y salen no parece que tengan ninguna pega cuando se les pregunta por este edificio tan singular. Nos encontramos en el barrio del Pilar, frente a La Vaguada, el centro comercial que cambió nuestra perspectiva de lo que podía ser un mall, mucho más orgánico y abierto a los barrios que lo circundaban. Sin embargo, aquella mole de hormigón, que cumple hoy cuarenta años, no fue tan bien recibida en sus orígenes.

Su historia no es solo la de una zona relativamente abandonada de Madrid, sino también la de una forma de construir que tiene más en cuenta a sus habitantes. Algo que la capital, con sus plazas duras, sus nulos parques verdes y un diseño urbano que ha olvidado al viandante, parece haber olvidado.


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La Vaguada, además de estar de cumpleaños, también va a sufrir un lifting que le acerque más al público que la visita diariamente. Una reforma acometida por el estudio de arquitectura L35. “El proyecto desde sus inicios fue muy innovador. Por ejemplo, el trabajar con la luz natural en un centro comercial era novedoso. No se llegó a producir con esta luminosidad hasta años más tarde”, revela Itziar Huarte, una de las arquitectas y socias de L35, encargada de la próxima reforma del edificio. “La sensibilidad de César Manrique por la naturaleza y su interés por integrar la vegetación dentro del espacio fue una novedad. Y después la manera en que se trabajó el edificio, escondiendo todo el sistema de mercancías con las jardineras. Se inventaron todo un anillo de mercancías que circundaba el edificio y lo colocaron bajo suelo, pero abierto”.

Esa fachada de jardineras y el estar situado en una vaguada, con el consiguiente desnivel, hizo que emergiera una amplia vegetación. “Hizo lo que se hizo más tarde. Y encima era el primer centro comercial de España”, continúa explicando Huarte. Otro concepto sumamente innovador fue el tratamiento de la terraza como un espacio libre para los vecinos: “Hemos leído toda la historia sindical que hay detrás, en un barrio que no se pensó como un lugar de espacios públicos. La construcción de La Vaguada fue conflictiva, pero finalmente fue un proyecto amable con el vecindario. Por eso los vecinos se lo apropiaron como suyo”.

Movimientos vecinales

El planteamiento de La Vaguada tiene su origen alrededor de 1976 y su inauguración se produce el 24 de octubre de 1983. Es decir, tras siete años de tiras y aflojas. El ideólogo fue Jean Louis Solal, un visionario de los centros comerciales y creador en 1969 de Parly 2, en Le Chesnay-Rocquencourt, que decidió expandir su negociado en España. Lo hizo en unos terrenos propiedad de José Banús, el constructor franquista que había desarrollado el barrio del Pilar mediante grandes torres y pocas infraestructuras públicas. Aquel barrio, con el movimiento vecinal a la cabeza, al tener noticia de que uno de los pocos terrenos que aún estaba por urbanizar se iba a convertir en un centro comercial, se movilizó como pocas veces.

Los periódicos de entonces están llenos de crónicas de manifestaciones y boicots que intentaron cancelar o retrasar la construcción de La Vaguada. Hasta el alcalde socialista, Tierno Galván, que entró en las primeras elecciones democráticas de abril de 1979 gracias a una coalición con el PCE, maniobró para que el centro comercial fuera lo más amable posible. De ahí que la mitad del espacio que se había pensado originalmente para el centro se dedicará finalmente a un parque y a un centro educativo.

Sin embargo, ya nadie recuerda aquellas movilizaciones. Una señora de 83 años que sale cargada con bolsas de la compra apunta que al principio hubo muchas protestas, “pero ahora yo no podría vivir sin el centro comercial, nos ha dado la vida a los del barrio”. Otra, un poco más menuda, con gafas de sol, también indica lo bien que les ha hecho el centro: “Aquí tenemos de todo. Antes nadie se había preocupado por nosotros”. El dueño de la antigua relojería Paz, abierta unos años antes que La Vaguada, en la avenida Monforte de Lemos, corrobora cómo la actividad comercial revitalizó a muchas de las tiendas de los alrededores.

Si se pregunta dentro a algunos de los establecimientos más longevos, las sensaciones son diferentes. Ellos han visto como La Vaguada se ha transformado en algo que no era así en origen. “Ya no queda nada de lo que había antes. Esto era como un pequeño pueblo, estaba plagado de comercios de todo tipo. Teníamos hasta una plaza dedicada a artesanos”, rememora uno de los encargados de estos locales, a punto de jubilarse. Aquellos con puestos en el mercado interior, con unas cuantas carnicerías, charcuterías y fruterías, también refuerzan estas palabras: “El centro tenía mucha más vida antes. Éramos muchos más. Y tenía un encanto diferente, ahora todo lo que te encuentras lo puedes encontrar en otros centros parecidos”.

Un escritor y La Vaguada

El escritor Fernando San Basilio creció en el vecino barrio de Mirasierra, desde allí se desplazaba casi a diario en los ochenta y noventa al centro comercial. “Observaba y me gustaba vagabundear por sus diferentes plantas. Miraba la actividad que había. Aquello era muy diferente a como es ahora, había hasta un bar de viejos, con su pata de jamón”, cuenta desde Bélgica, donde ahora da clases de español en la universidad. La Vaguada aparece en dos de sus novelas. La primera de ellas, Mi gran novela sobre La Vaguada (2010, Caballo de Troya), es un protagonista tangencial, un recurso para hablar de Madrid y de las dificultades de ponerse a escribir esa gran novela con la que poder contar la vida.

CENTRO COMERCIAL VAGUADA: Madrid, 14-9-1982.- El arquitecto canario César Manrique posa frente a las obras del centro comercial La Vaguada en septiembre de 1982.
CENTRO COMERCIAL VAGUADA: Madrid, 14-9-1982.- El arquitecto canario César Manrique posa frente a las obras del centro comercial La Vaguada en septiembre de 1982.JOSE M PASTOR (EFE)

De todos modos, hay algunas descripciones que merecen la pena destacar, como aquella en la que se narra la historia de un empleado de la sucursal de Caja Madrid que había en la primera planta. El cuento que aparece habla de una cerveza que nunca se termina y del restaurante Flunch de la planta baja, que ya no está. Su otro libro, El joven vendedor y el estilo de vida fluido, publicado dos años más tarde por Impedimenta, sucede íntegramente en La Vaguada, en el corner de una tienda. “Es un poco como Mallrats de Kevin Smith, que utiliza un centro comercial para contar una historia que tiene lugar allí”, explica de su devoción por La Vaguada.

“Ahora cuando tengo algo de tiempo me voy a aquellos malls de Bruselas que tengo más cerca. Es algo que siempre me ha gustado, observar a la gente en estos lugares. De La Vaguada lo que más recuerdo también son sus grandes plazas repletas de viejecillos. Era como más humano todo”, concluye.

Rodrigo + Manrique

Dos de los grandes impulsores de ese componente más humano fueron el arquitecto José Angel Rodrigo y el artista canario César Manrique. Rodrigo descuelga el teléfono desde su casa para echar la vista atrás. “Yo ya tenía experiencia con la construcción de multicentros en Madrid y me llamaron para que me pusiera con ello. Ya se planteó desde el inicio como un centro grandísimo, además de un importante plan de urbanismo para la zona”, cuenta Rodrigo, que en aquella época tenía 43 años.

Vista aérea del solar donde se construyó La Vaguada, en el madrileño barrio del Pilar.
Vista aérea del solar donde se construyó La Vaguada, en el madrileño barrio del Pilar.EFE

Rodrigo se define como un arquitecto soñador. Su tarea al frente de La Vaguada fue fundamental para que el centro tuviera esos hallazgos tan novedosos. Luego, a su lado, se situó César Manrique, que Rodrigo define como “una figura mediática que ayudó a que La Vaguada se viera con otros ojos en la prensa y en los programas de televisión, donde salía todos los días”.

El cubrirlo todo de plantas y colocar esas icónicas lucernarias, que llenaban de luz natural todo el espacio interior del centro comercial, fueron idea de Rodrigo. Lo mismo que las velas de grandes dimensiones, una novedad que impedía los efectos del calor en verano. Los mástiles tenían quince metros de altura y eran capaces de soportar vientos de 120 kilómetros/hora. Es curioso como todas estas innovaciones fueron asociadas a Manrique.

Las velas de la discordia

“Las velas las tuve que luchar muchísimo, porque César creía que afeaban las lucernarias, pero lo cierto es que teníamos un techo acristalado y que en los meses de verano la cosa podía ponerse muy fea dentro, tanto por el calor como por los reflejos. Al final recurrimos a un fabricante alemán que nos hizo a medida esas velas triangulares tan características de La Vaguada, que suavizan la luz del sol dentro del centro comercial y hacen un ambiente magnífico. Pronto César le encontró una imagen marinera, de que aquello era un gran barco, que estuvo vendiendo en la prensa, pero lo cierto es que surgieron por motivos meramente funcionales”, le recordaba al periodista Alfredo Pascual hace cuatro años en un amplio reportaje para El Confidencial.

Cuando se le insiste sobre esto, la nula función de Manrique en los elementos más significativos de La Vaguada, Rodrigo puntualiza. “A tu pregunta de qué intervención original había dejado César en el centro, te diré que una fuente en la plaza central que echaba agua sobre una lámina de agua situada en el nivel inferior; una serie de banderolas en varias zonas del techo del mall, o paseo peatonal del centro, en que le pedí a César que hiciera una serie de grafismos originales, que serigrafiamos para obtener unas oleadas secuenciadas de colores según lo miraras desde distintas perspectivas; y unas zonas de asiento, utilizando la misma piedra de la fachada del centro, que contenía también una jardinera con cactus autóctonos de Canarias”.

¿Es la autoría de Manrique tan difusa? Si se ahonda en libros que se ocupan de su figura, no es fácil encontrar textos que hablen de La Vaguada y cuando se dan hablan en términos generales de lo que supuestamente Manrique aportó a la edificación. Una de las máximas especialistas en la obra del artista canario, Violeta Izquierdo, cuenta en La obra artística de César Manrique que La Vaguada contaba con un proyecto ya elaborado cuando se contrató a Manrique como asesor artístico, “pero este lo desestimó, elaborando un nuevo plan con el arquitecto José Ángel Rodrigo”.

Izquierdo destaca de Manrique “la idea de conseguir un edificio con una arquitectura moderna y funcional, pero con un diseño creativo tendente a la vinculación con la naturaleza”. Han sido notorias las riñas que Manrique llegó a tener con otros arquitectos, entre ellos el gran Fernando Higueras, con el que trabajó en diferentes proyectos en la isla de Lanzarote. Rodrigo intenta tomarse con humor la función que tuvo Manrique, al que deja simplemente de relaciones públicas. “Yo me encargaba de la dirección de obra y él salía en la tele simpatiquísimo”, apunta.

La visión que el propio Manrique tenía de sí mismo dista mucho de todo esto que se ha contado. “A mí se me llamó insistentemente, dándome absoluta libertad de imaginación, para hacer un cambio radical del feo proyecto anterior, y así lograr una gran obra, que podría cubrir de gloria y orgullo a sus promotores y al pueblo de Madrid, siendo de esta forma infinitamente más comercial y rentable, creando un lugar de obligada visita como un símbolo de gran novedad”, relata en Escrito en el fuego, una edición de textos recopilada por Lazaro Santana.

La reforma de L35

Durante cuarenta años de andadura el centro ha ido evolucionando, en muchos casos no de la mejor manera. Es por eso que la intervención que acometerá en los próximos meses L35 se espera que ponga en valor muchos de los detalles originales, sepultados por reformas que con el paso del tiempo se han visto que no han sido muy beneficiosas. “Lo que proponía el concurso era recuperar la nitidez y transparencia entre el dentro y el afuera”, indica la socia de L35, con trabajos en centros comerciales de toda la Península, como La Maquinista en Barcelona, Puerto Venecia en Zaragoza o Islazul en Madrid. ”Una de las grandes propuestas es perfilar las lucernarias con unas formas mucho más suaves y livianas. Vamos a utilizar un nuevo material que permite una máxima transparencia, porque no requiere de la estructura, por tanto el resultado es mucho más global”.

Las obras se iniciarán el 29 de mayo y parten de un presupuesto inicial de 16 millones de euros. “Aunque en el concurso en el que participamos la cifra era menor, de 10 millones. Posteriormente fueron aceptando más alternativas y propuestas que les hicimos”, dice Huarte.

El edificio, que consta de tres plantas y 85.000 metros cuadrados y que recibe cada año 25 millones de visitantes, les ha permitido alimentar unos valores en los que llevan trabajando desde hace tiempo, confiando en el flujo de las personas y en fortalecer ese carácter urbano que tenía en sus orígenes. L35 va a modificar la zona de restauración, dándole un punto más industrial, también hará mucho más accesible la terraza, un espacio prácticamente único en España, y pondrá más acento en los accesos. “La Vaguada ha sido el patio de recreo del barrio, está muy vivido”, reflexiona Huarte. “Ahora nos toca actualizarlo y acercarlo a la ciudad. Porque aunque nació con una intención de plaza pública, el tiempo ha ido cerrándolo”.

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