La historia de “Picolín”, la marca que Warner Bros no pudo tumbar en Colombia

WARNER BROS
¿El nombre criollo de “Picolín” puede confundirse con el famoso Tweety de los Looney Tunes? Para la Sección Primera del Consejo de Estado, no. La marca “Picolín” podrá ser usada por un ciudadano, a pesar de la reclamación de la poderosa franquicia Warner Bros.

Warner Comunications Inc tenía una pelea administrativa con la Superintendencia de Industria y Comercio (SIC). La poderosa franquicia en entretenimiento pedía, a través de acción de nulidad, eliminar el registro como marca de “Picolín”, que el ciudadano Gilberto Jerez había solicitado y obtenido desde 2005 para comercializar productos en una papelería. Sin embargo, la Sección Primera del Consejo de Estado acaba de negarle la batalla judicial a Warner, por lo cual Jerez podrá utilizar su marca criolla.

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“Para el Consejo de Estado, la supuesta semejanza debe ser examinada a partir del elemento denominativo de estas marcas, es decir sus nombres, y no desde su configuración gráfica. Bajo ese entendido, la Sala no encontró similitud fonética u ortográfica de Picolín con Tweety y Looney Tunes. Además, la notoriedad de las marcas registradas a nombre de Warner, tampoco origina riesgo de que el titular de la marca Picolín pueda aprovecharse de su prestigio”, precisó la Sección Primera.

La imagen de “Picolín” registrada en el expediente es, sin duda alguna, similar al Tweety conocido por en películas y dibujos animados, cuyo nombre traído al doblaje latinoamericano es Piolín. Sin embargo, la discusión se centró en el registro como marca del signo mixto “Picolín”, es decir, el nombre. Warner explicó que la SIC no podía permitir que existiera una marca así, siendo que el nombre de Piolín no necesita presentación y los colombianos podrían confundirse con “Picolín”.

Todo inició en noviembre de 2005, cuando Gilberto Jerez solicitó el registro como marca de “Picolín”, para comercializar productos de papelería o material didáctico. Montó un local en el que había plegables con la imagen de un ave similar a Piolín, situación que incomodó a la mismísima Warner, pues presentó oposición al registro de la marca. Otra empresa dedicada a la salud, disgustada también con Jerez, llegó a decir que “Picolín” y “Pequeñín” podrían confundirse.

Luego de un proceso interno, la División de signos distintivos de la SIC, en 2010, declaró sin fundamento las peticiones de las empresas que estaban en contra de Jerez y concedió el registro “Picolín”. Fue entonces cuando Warner presentó una acción de nulidad. Entre los elementos que trajo al debate estuvo una condena en primera instancia contra el comerciante, quien en junio de 2008 fue sentenciado por el Juzgado 24 Penal de Bogotá por hacer historietas con dibujos retocados y similares a los de los Looney Tunes. Fue absuelto en segunda instancia, por prescripción.

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Entonces, la Sección Primera tenía una tarea, valorar si la semejanza entre “Picolín” y Piolín podría terminar en posibles errores en el público consumidor. En principio, señaló que “Picolín” y “Tweety” no se parecen en nada, aunque el despacho no explicó por qué no utilizó el nombre doblado al español latinoamericano. Hizo la misma comparación entre “Picolín” y “Looney Tunes”, pero encontró que nadie podría confundirse.

“Así las cosas, del análisis de los conceptos reseñados y de las marcas confrontadas, la Sala no advierte similitud ortográfica ni fonética, que lleve a considerar que se configura riesgo de confusión, dado que la marca solicitada cuestionada, Picolín, es lo suficientemente distintiva y diferente de las previamente registradas”, consideró la Sección Primera del Consejo de Estado.

Por otro lado, el despacho encontró que Warner Bros Entertaiment no figura como actual propietaria de los títulos “Tweety” y “Looney Tunes” ante la Oficina de Derechos de Autor de Estados Unidos. Además, que el hecho de que el ciudadano colombiano haya sido condenado en primera instancia, no es indicio de su presunta mala fe. Gilberto Jerez, por su parte, no se pronunció en el proceso. Quizás está atendiendo la papelería “Picolín”.

Fuente: EL ESPECTADOR 

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