Carteras: el producto hand made que aman los extranjeros

Radley London se expande en EE. UU.

Según publica el portal La Nación  hace siete años Milagros Arfaras comenzó a diseñar y fabricar, de manera artesanal, carteras de cuero. Hacía por pedido y se encargaba personalmente de la producción. Por recomendaciones y publicidad de boca en boca comenzó a crecer hasta tener que empezar a tercerizar en talleres. A los clientes locales se le sumaron pedidos desde España, Estados Unidos, Uruguay y Chile.

Aunque no se define como “exportadora”, admite que apunta a que su marca, Mila Bags, siga instalándose afuera. Produce, como piso, unas 200 carteras artesanales al año, a lo que se suma más volumen de las otras opciones que ofrece.


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A los 31 años, Arfaras es diseñadora de modas. Antes de la fábrica de carteras tuvo su propia marca de ropa, pero discontinuó porque empezó a viajar. “Me fui como niñera y maestra de los chicos de una familia de un jugador de polo que iba al exterior dos veces por año. Fui a Estados Unidos y ahí conocí a otra chica que hacía diseño”, cuenta a LA NACION.

Durante un tiempo trabajó con Rocío González, dueña de la marca Rocío G. Fue ahí cuando empezó a “conocer” y usar el cuero. Después se lanzó con sus propios diseños de carteras: “Era todo a mano; todos los diseños eran distintos, a pedido. Me encantaba esa parte. La libertad de crear y hacer lo que quería. Hacía las bolsas, las etiquetas, todo a mano”, describe.

Sus cálculos eran que podía hacer una cartera por día, pero de esa manera no podía dedicarse a nada más. Admite que, para crecer, tuvo que aprender a delegar: “Me llegaban más pedidos; en ese momento las redes sociales no eran tan cruciales como ahora. Yo seguía viajando me llevaba algunas, las vendía y me pedían más”. En promedio una cartera cuesta unos $25.000.

Consiguió un taller que trabajaba en producciones menos artesanales, así que fue ella misma la que le enseñó el proceso que llevaban sus carteras. Ahora trabaja con tres talleres, tejedoras, una modista y terceriza una parte de la producción del calzado. Su línea incluye prendas, sobres de cuero, billeteras y materas. “Todavía el 90% sigue siendo a mano. Me gusta que sea así, rústico, costuras unidas con tientos”, apunta.

Arfaras señala que conseguir proveedores es “difícil” porque hay pocos y el trabajo artesanal requiere más tiempo por lo que algunos prefieren no dedicarse a ese segmento. “Es un rubro complejo, pero de a poco se va armando la red”.

Por la ventaja que da el tipo de cambio, en los últimos meses se le multiplicaron los pedidos desde afuera. Aunque tiene ofrecimientos para vender al por mayor, no quiere, como también rechaza la posibilidad de fabricar para otros.

“Los productos que hago llevan mucho tiempo, requieren de un proceso y ahí está su valor. Eso los distingue y los hace atractivos, así que quiero mantener ese diferencial”, afirma. Califica sus diseños como “atemporales”. Un estilo “rústico, con aires de campo y de naturaleza”, desliza.

Está convencida de que “hay muchas posibilidades” para crecer afuera porque “lo argentino de este tipo se ve como exótico; el cuero se busca mucho, es apreciado en el extranjero”. En la Argentina la marca tiene un showroom en Pilar. Con la intención de ofrecer un “look completo” sumó algunos otros materiales para la indumentaria.

Arfaras indica que el polo -una marca registrada argentina en el exterior- “impulsa” el gusto de los extranjeros por los productos de cuero. “La Martina” es un caso concreto de una marca que, creada en 1985 por el ítalo argentino Lando Simonetti, logró hacerse un lugar en el mundo, con presencia en más de 50 países.

“Cuando empecé en esto había mucho menos competencia, pero con los años se fueron multiplicando y es un desafío distinguirse -señala-. Hay que despegarse porque la idea no es que estemos todos uniformados”.