Agroplásticos, el camino de la sustentabilidad en el campo sinaloense

Manos con table, al fondo una pradera

En 1862 el químico inglés Alexander Parkes inventó el plástico. De esa fecha su evolución ha sido por demás dinámica, pues pasó de ser una nitrocelulosa ablandada por aceites vegetales y alcanfor hasta los materiales sintéticos y orgánicos que se usan en la actualidad.

Su uso se ha generalizado porque no tiene rival, por eso poco a poco fueron ocupado diversos nichos en nuestra vida cotidiana. La disponibilidad de la materia prima, su bajo costo y el avance tecnológico en su producción ha permitido que muchos de ellos sean utilizados sólo una vez y se desechen.


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Esto ha provocado un caos ambiental puesto que esa enorme “desechabilidad” ha superado la capacidad en su manejo, incluyendo la adecuada disposición final.

Lo barato puede salir caro, si lo vemos desde la perspectiva ambiental y económica.

Centremos la atención en el costo económico. Nos anclamos en la producción y generación de plásticos y en desecharlos. Pero si sumas de uno en uno cada poblado, cada comunidad, cada ciudad, cada megaurbe que no dispone adecuadamente sus desechos sólidos el resultado es un mundo de basura y que millones de dólares se entierren, quemen o tiren.

Cada que tiramos un plástico a la calle en automático pierde un 95% de su valor. A nivel global este inadecuado manejo y disposición final cuesta entre 80 a 120 billones de dólares a nivel global considerando todas las vertientes que tiene este polímero.

A pesar de esto, yo no veo un día sin el uso de plástico. Es un producto que llegó para quedarse. Se afianzó en nuestra sociedad como una lapa a la roca en donde vivirá el resto de su vida. Por ello la economía circular está llamada a jugar un papel preponderante en el cuidado del planeta.

Sigamos con el plástico y ahora veamos los agroplásticos. El sector agrícola los abrazó como uno más de los insumos. Hoy es más común verlos en invernaderos, en cintas para riego por goteo, microtúneles, macrotúneles, malla sombra, bolsas de cultivo hidropónico, rafia, acolchados, macetas, tuberías para hidroponía y semilleros. Tal es su uso que a nivel global en el 2019 fueron 32 millones de toneladas de agroplásticos las utilizadas repartidas en productos como cintillas (86%); acolchados 10%; mallas o invernaderos el 3.5%; 0.5% fueron de otros tipos de plásticos. En México se sembraron 18.1 millones de hectáreas y un 30.6% de ellas utilizó algunos de estos materiales.

En general los agroplásticos duran de uno a 7 años, para ello dependen diversos factores como la densidad y su calidad, el clima (exposición solar, lluvia, viento, granizo, entre otros), el contacto con fertilizantes y agroquímicos, su mismo uso, entre otros, que hace que se deterioren y eventualmente se tengan que reemplazar. Otra vez la “desechabilidad”.

Su éxito ha sido por todas las bondades y beneficios que le otorga al sector agrícola y eso es del todos conocido. Sin embargo, la “desechabilidad” es lo que nos puede poner en jaque, pues algunos de ellos terminan en basurones, enterrados o de plano quemados. Con esto tenemos deficiencias en su disposición final. Forzosamente se tiene que establecer una estrategia que permita incrementar el acopio de este material para reincorporarlos de nuevo a los procesos productivos.

En lo primero deben de trabajar y organizarse los productores, asociaciones agrícolas y de la sociedad civil, gobiernos, y empresas es en bajar los costos para su recolección y reciclaje e invertirle al acopio y a programas públicos para generar información al respecto.

Los agroplásticos son un problema ambiental pero tienen una solución económica. Pues la buena nueva es que ya se tiene un centro de acopio que, en una primera etapa, recibirá la cintilla de riego por goteo en Culiacán. Urge que los agroplásticos entren a un proceso de economía circular. Dicha planta iniciará con el lavado y pelletizado pero cerrará el ciclo de producción de cintilla el próximo año. Por ahora se requiere que todos los actores involucrados sepan que Netafim México abrirá sus puertas más pronto de lo que muchos pensamos.

Bienvenidas las empresas de clase mundial al corazón agrícola de México. Bienvenidas aquellas que traen estándares de calidad y ambiental muy altos. Empresas que generan investigación tecnológica aplicadas a mejorar y promover la sustentabilidad económica, social y ambiental.

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