Puede que sea un cliché, pero la velocidad del cambio se ha acelerado notablemente en la vida de la mayoría de las personas que leen esta columna.
No siempre fue así. La India en la que crecí en las décadas de 1960 y 1970 era un lugar prácticamente inmutable. El cambio fue incremental y evolutivo, es decir, tomó su tiempo para suceder y uno apenas podía notarlo. Los hogares de las personas, los medios de transporte, los productos que consumían, lo que leían, cómo se comunicaban, los equipos e instrumentos que usaban en el hogar y en el trabajo, lo que escuchaban de las emisoras de servicio público y sus relaciones sociales y prácticas comerciales en, digamos , 1975 no fueron muy diferentes a las de 1950.
Pero entre 1975 y 2000 hubo un cambio revolucionario, y no se detuvo. El cambio llegó a nuestro país como un tren bala y siguió rugiendo, llevándonos con él. Aunque 1991 fue el punto de inflexión en la India, la década y media anterior ya había visto la expansión de la televisión y el advenimiento del color, la introducción de las computadoras frente a la resistencia izquierdista y el advenimiento de nuevas tecnologías en el lugar de trabajo. , incluidos los procesadores de texto y las máquinas de fax.
Luego, junto con la liberalización, llegaron los automóviles y productos de consumo extranjeros, las computadoras y los teléfonos móviles, Internet y el correo electrónico, la subcontratación de procesos comerciales y los centros de llamadas internacionales. Las empresas nacieron en campos que la mayoría de la gente no sabía que existían. Los jóvenes graduados tenían oportunidades que no estaban disponibles para mi generación, de nuevas materias para dominar y nuevas profesiones para ejercer.
Entonces el cambio tomó más velocidad. Nuevos negocios comenzaron y colapsaron. Lo que fue una industria naciente en 2005, por ejemplo, la transcripción médica, se volvió obsoleta en 2015 (en el caso de la transcripción médica, fue gracias al desarrollo de software de reconocimiento de voz barato y preciso). La alfabetización se dispara, pero la gente ya no escribe cartas; llaman a sus seres queridos por teléfono, o les envían mensajes de texto y correos electrónicos. El entretenimiento ya no proviene de un canal de televisión del gobierno o de un disco, sino que se envía a su teléfono. Los libros se pueden leer desde pantallas portátiles; las bibliotecas están instalando estaciones de trabajo con computadoras para seguir siendo relevantes.
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