En busca del lado bueno de ‘cloud’

Conexión omnicanalidad

A menudo se abusa del término «transformación digital», que puede interpretarse con una variedad casi infinita de enfoques. Dicho esto, existe una generalización en lo que respecta a la idea básica de la transformación digital: pasar del uso de la tecnología como mero potenciador de los procesos a situarla en el núcleo de una empresa y utilizarla como motor de nuevas y mejores formas de trabajar.

También existe consenso en cuanto a la necesidad de alinear la infraestructura TI de una organización con los requisitos de negocio, como primer paso hacia la transformación digital, y la mayoría opta por cloud computing como vehículo para lograr ese objetivo. Sin embargo, la nube tiene muchas formas y en los últimos años se han producido grandes cambios, no sólo en las tecnologías, sino también en su uso.


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Un viaje, no un destino

Una de las lecciones que mejor hemos asimilado es que la transformación digital no puede tratarse como un proyecto aislado. Por el contrario, debe considerarse un proceso continuo que requiere un ajuste constante a medida que evolucionan las nuevas tecnologías y los servicios de soporte. Especialmente cuando se trata de cloud computing que, a su vez, sigue transformándose a un ritmo cada vez más acelerado.

Al principio, por ejemplo, se distinguía muy claramente entre plataformas públicas compartidas, como AWS y Microsoft Azure, y nubes privadas, en las que los clientes despliegan y gestionan su propia infraestructura. Las primeras se vendieron en gran medida con la promesa de poder pasar de la financiación CapEx a la OpEx, además del acceso a una escalabilidad ilimitada bajo demanda. Las segundas atraían a los más reacios al riesgo, en particular a las empresas de sectores muy regulados como la banca y los seguros, que querían tener la propiedad y el control de todos los aspectos de sus TI.

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