Tres centros comerciales se resisten a morir en el Centro Histórico de Quito

Según publica el portal El Comercio tres centros comerciales se resisten a morir en el Centro Histórico de Quito. Se trata del Gran Pasaje, La Manzana y Pasaje Baca.

Con la incorporación de locales de tecnología, de trámites municipales, pago de servicios básicos y cajeros se mantienen activos. 


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También son lugares, en dónde se encuentran objetos específicos, como piezas de joyería, libros antiguos, cerraduras clásicas y otros que no son fáciles de hallar.

Sin embargo, con el paso de los años, estos lugares se han transformado en espacios fantasmas, la gente dejó de ir y esto se profundizó con la pandemia. Hoy los dueños de los locales luchan por revertir esta situación.

Tres centros comerciales se resisten a morir en el Centro Histórico de Quito

El historiador Héctor López recuerda que a inicios del siglo XX el Centro Histórico fue el primer sector en donde empezó la popularidad de las plazas comerciales, que fueron creadas en estructuras patrimoniales. Después se extendieron al norte y luego al sur, a mediados de los 90.

La arquitectura de los centros comerciales de inicios del siglo – que aún prevalecen- tienen una similitud en su construcción. Son casonas adaptadas para almacenar locales y crear callejones comerciales tapados que conectan a dos o más calles.

Las nuevas adaptaciones para evitar la pérdida de los centros comerciales han variado con los años. Al interior se observan paredes pintadas de tonos llamativos (verde, rojo, amarillo), letreros con el nombre de los negocios. Al modernizarlos aún conservan fachadas, muros y pisos de piedra.

Un tradicional local de calzado y una tienda de variedades dan la bienvenida a los clientes del Centro Comercial Gran Pasaje, que se consolidó en 1976. Este se encuentra frente a la Plaza del Teatro, en el Centro Histórico.

Con sus paredes blancas desgastadas y una sensación de abandono cuenta con 40 locales, de los cuales menos de la mitad están ocupados.

Para una de las propietarias de una tienda de zapatos y, que prefiere el anonimato, el centro comercial es un fantasma. “La gente pasa, pero no ingresa”. Ella ya tiene el local 40 años, pues es una tradición familiar.

A su local entran pocos clientes, uno o dos al día, preguntan los precios del calzado y se retiran. Las ventas son muy bajas, así que no alcanzan para sostener un hogar y peor pagar un sueldo a trabajadores.

Esta situación empezó unos cinco años antes de la pandemia y se agravó con las restricciones, por lo que negocios que no eran de primera necesidad fueron desplazados.

“El país no tiene dinero”, apunta y por ello no consumen los productos. En quincenas o fin de mes, ella vende entre uno a dos pares de zapatos que van, entre los USD 40 y USD 60.

En el segundo piso son pocos los locales operativos. De 30 espacios de esta planta solo 10 operan y en su mayoría son de ropa.

Subiendo las gradas al costado derecho se encuentra el local de ropa de Diana Quiroz. Asegura que este centro siempre fue destinado a las compras y no al paseo. Ella cuenta que la situación es crítica porque la gente solo pasa viendo las vitrinas.

Ella ha permanecido en su local por 15 años y sigue activa porque el espacio es propio y no paga arriendo.

Al igual que la dueña de la tienda de zapatos ella vende un camiseta, pantalón o chompa en fechas especiales como Navidad, Fin de Año, cuando son quincenas o a fin de mes.

“El centro comercial aún se sostiene por los propietarios de los locales comerciales”, explica.

Para los interesados en arrendar un local, la situación es más preocupante por la falta de clientes, el pago mensual del alquiler, de servicios básicos y de trabajadores.

Carlos Mejía, usuario, cuenta que va al lugar desde su niñez, etapa en la que iba acompañado de sus padres para comprar ropa para los ciclos escolares. Ahora, a sus 55 años, va recorre los pasillos para buscar ropa, en ocasiones, y por recordar a su familia.

“Me da tristeza que el centro esté muriendo”, dice. Como él varias personas recorren los pasillos, pero no consumen en el lugar.

Los locales más activos son los de tecnología. En una isla se vende accesorios para celulares.

Los trabajadores son nuevos y dicen que las ventas de estuches, micas, cargadores, entre otros productos son normales, reciben al día entre tres a cuatro clientes.
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Al estar a la entrada del centro, la gente entra y los puede ver con más facilidad.

Los propietarios buscan reactivar el centro con publicidad de los locales y la dirección del centro comercial, a través de redes sociales.

En cuanto a la estructura aseguran que no pueden hacer nada porque de eso se encarga el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP).

“Por el descuido del pasaje, tampoco viene la gente”, concuerdan los dueños.

Durante un recorrido realizado por EL COMERCIO se solicitó una entrevista con el administrador, pero no se encontraba.

Al CC La Manzana van más para pagar servicios básicos

Unas calles más arriba, sobre la García Moreno y Rocafuerte, está el Centro Comercial La Manzana, que se construyó a mediados de los años 70.

Al igual que en el Gran Pasaje hay locales cerrados y en arriendo; otros están ocupados, pero permanecen cerrados y los abiertos casi no reciben gente.

En sus exteriores lucen los muros de piedra y a través de una puerta de reja se entra al lugar, en el que prevalecen los tonos beige y rojos.

El silencio recorre el pasillo principal, debido a los locales cerrados. Los dueños y trabajadores de los sitios abiertos están a la espera de ‘cazar’ a un cliente.

Robert Jácome, administrador del lugar, cuenta que el espacio tiene 82 locales, de los cuales un poco más de la mitad están desocupados. “La gente no quiere arrendar y la situación es difícil por la falta de visitas”, asegura.

Ella explica que el lugar se ha ido transformando y ha incorporado cajeros, sitios para pago de servicios básicos y un centro de atención al adulto mayor.

“Las adaptaciones de cajeros y entidades de servicios son una oportunidad para que nos vean”, asegura. En el espacio donde ella trabaja comercializa tejidos como bufandas, gorras o guantes de los que vende uno o dos juegos a la semana.

La plaza comercial está abierta de lunes a sábado, pero la gente acude por dos motivos: el cajero y pago de servicios básicos.

María Castro, visitante, acude cada mes a cancelar sus facturas de luz y agua. Va a este espacio porque está cerca de su vivienda y no hay mucha gente para realizar los trámites.

En los exteriores también funcionan locales como la tienda de sombreros de la familia López. Andrea López explica que su local tiene apenas dos años y comercializan sombreros artesanales.

Las ventas del lugar se mantienen estables, al estar afuera tienen mayor acogida y los turistas llegan a buscar un recuerdo útil, como un sombrero.

López también comenta que el lugar es mayormente conocido por las personas adultas y moradores de la zona, algunos creen que este espacio comercial ya cerró.

La estrategia de este espacio para atraer clientes es innovar en los productos, usar redes sociales y mantener la comunicación entre propietarios, trabajadores y copropietarios cuenta el administrador.