Tecnologías emergentes: La inteligencia artificial como problema

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El esfuerzo para desarrollar máquinas inteligentes debe estar dirigido constantemente al bien mayor, reduciendo la brecha de pobreza y tratando las necesidades generales de salud, educación, felicidad y sustentabilidad.

En los años 50 del pasado siglo, Alan Turing puso los cimientos de la ciencia de la computación e introdujo las ideas de lo que denominamos inteligencia artificial. Desde ese momento, esta nueva tecnología se ha desarrollado de forma constante y hoy día está presente en muchos ámbitos de nuestra vida. Cada vez que hacemos una búsqueda en Google, obtenemos una recomendación de un producto en nuestro dispositivo electrónico o reservamos un viaje en línea, detrás está la IA. Ha entrado en nuestras casas, donde ya son populares los pequeños robots que nos ayudan en la cocina o nos limpian el suelo; en nuestro trabajo y nuestras fábricas, donde ya hace tiempo que los robots desarrollan tareas complejas y sobre todo repetitivas; en nuestros hospitales, con múltiples aplicaciones de ayuda al diagnóstico; en el mundo financiero y en las prospecciones de mercado… Sería interminable exponer todas las aplicaciones prácticas de la IA presentes en nuestra rutina diaria.


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Una tecnología transformadora que nos plantea problemas éticos

La IA representa una capacidad para influir y cambiar nuestra forma de vida, que en muchos sentidos significa una nueva frontera para la ética. Hoy en día vemos cómo se nos presentan problemas para creer todo lo que escuchamos, vemos o leemos; no podemos saber si una imagen es real o generada por IA o si estamos hablando con una máquina o una persona real. No faltan ejemplos de algoritmos en las redes sociales que aprenden a optimizar los clics manipulando las preferencias humanas, con consecuencias desastrosas para la equidad y los sistemas democráticos. Por ello, desde diferentes organismos y asociaciones internacionales, se está prestando atención a este aspecto en previsión de efectos nocivos para la sociedad en asuntos tan dispares como la economía, la igualdad o la carrera armamentística. Valga como ejemplo el comunicado que se emitió por la Academia Pontificia de Ciencias en 2016: “El esfuerzo para desarrollar máquinas inteligentes debe estar dirigido constantemente al bien mayor, reduciendo la brecha de pobreza y tratando las necesidades generales de salud, educación, felicidad y sustentabilidad. Se debe alertar a todos los gobiernos que estamos ante una revolución de gran magnitud y que debemos tomar nuevas medidas para gestionarla. Los científicos e ingenieros, en tanto diseñadores, tienen una responsabilidad fundamental en asegurar que sus tecnologías sean seguras y se usen con buenos propósitos.”

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