Claves para alimentar de manera sostenible a 10.000 millones de personas

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  • Con un planeta cada vez más superpoblado, será necesario alimentarnos de un modo más sostenible. Reducir el consumo de carne, apostar por productos de proximidad o luchar contra el desperdicio de alimentos son algunas medidas prácticas para comer mejor y contaminar menos.

Cambio de hábitos

Un sistema alimentario más sostenible no solo depende de la producción de alimentos, sino también de los hábitos de consumo. Evitar los alimentos envasados, reducir el desperdicio de alimentos u optar por alimentos de proximidad pueden ayudarnos a reducir la huella de carbono.

El marzo de 2022, el Índice de Precios de los Alimentos de la FAO, el indicador de la organización internacional para el cálculo del precio de venta de los alimentos en todo el mundo, marcó un máximo histórico. Esa escalada, causada por el conflicto de Ucrania y agravada por la crisis energética, no solo ha provocado un aumento de la preocupación por la disponibilidad de alimento, sino también por la sostenibilidad de todo el sistema alimentario. Los especialistas tienen claro que cada vez es más urgente encontrar alimentos más baratos, sí, pero también menos contaminantes, un objetivo que afectará a todas las piezas de un sector que, se estima, es responsable del 30% del total de emisiones de gases de efecto invernadero, como afirma Jordi Salas-Salvadó, catedrático de Nutrición y Bromatología de la Universidad Rovira i Virgili (URV) y miembro de la Red de Expertos de la Agencia de Salud Pública de Cataluña en este artículo publicado en el número de agosto de 2022 de National Geographic España.


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Más allá de producir más con menos

El reto de la alimentación sostenible no es nada desdeñable, pues se calcula que en 2050 la población del planeta será de 10.000 millones de personas. Para poder alimentar a todo el mundo, “deberemos ir más allá de producir más con menos”, recoge la FAO en un informe sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible en el que, además, se apunta que “la calidad y la diversidad serán la piedra angular que permitirá vincular la productividad y la sostenibilidad y atajar las necesidades de la población”. Las instituciones internacionales abogan por mejorar la productividad, apoyar a pequeños agricultores y fomentar la agricultura y el comercio de proximidad. Pero más allá de la acción política, los consumidores también podemos adoptar decisiones que tengan un impacto en la calidad y la sostenibilidad de los alimentos.

Según datos de la FAO, cerca de una tercera parte de todos los alimentos que se producen en el mundo acaban en la basura. Un desperdicio que nos sale muy caro. Más teniendo en cuenta que, según Naciones Unidas, en 2020 se estima que pasaron hambre entre 720 y 811 millones de personas en todo el mundo. La mayoría de todo ese desperdicio alimentario se produce en el último eslabón de la cadena de producción, las pequeñas tiendas al por menor.

A continuación os mostramos algunos consejos de cara a una alimentación sostenible:

  • Evitar el desperdicio de alimento.
    Un análisis realizado a partir de datos de comercios italianos, concluyó que un solo año, un único establecimiento podría desperdiciar más de 70 toneladas de alimento por un valor de unos 170.000 euros, la mayoría productos perecederos, como pan, frutas y vegetales. Las cifras dan una idea del impacto que tiene una buena gestión de los stocks en el aprovechamiento de los alimentos.
  • Reducir la ingesta de alimentos de origen animal.
    La población de los países de la OCDE consume de promedio una cantidad mucho mayor de carne y productos cárnicos de los niveles recomendados. Una opción es sustituir la carne por proteína vegetal -por ejemplo, legumbres-, o por otro tipo de proteína animal, como podrían ser los insectos. Esta última propuesta puede parecer descabellada, pero los insectos son una alternativa real contemplada por las autoridades desde hace años para hacer frente a la crisis alimentaria. La propia FAO instaba hace años a la población a incorporarlos en su dieta para «contribuir a la seguridad alimentaria y a disminuir la huella ecológica».
  • Comer carne de mayor calidad.
    Cuando, a pesar de todo, se opta por consumir carne, se recomienda optar por productos que no procedan de ganadería intensiva, esto es, aquellas que aprovechan de manera eficiente los recursos del territorio, compatibilizando la producción con la sostenibilidad y generan beneficios para la sociedad y el medio ambiente. Los animales de pequeñas explotaciones tienen un impacto positivo en los entornos rurales, mientras que la trashumancia sirve para limpiar pastos, algo que, indirectamente, ayuda a prevenir desastres ambientales como los incendios forestales. Además, nos estaremos beneficiando de un producto más sabroso y saludable.
  • Elegir productos ecológicos.
    No solo se trata de escoger productos con etiqueta ecológica, sino también aquellos con algún tipo de certificación que demuestre que ha sido producido siguiendo criterios sostenibles, como, por ejemplo, la rotación de cultivos, menos uso de pesticidas o un uso responsable de agua. Esta opción es, sin embargo, algo más difícil de adoptar, debido a la escasa información disponible en el etiquetado de muchos productos alimentarios.
  • Consumir productos locales.
    Los productos de cercanía y de temporada ayudan a minimizar la huella de carbono. Además, al reducir el impacto ambiental, se contribuye a mejorar las condiciones sociales y económicas de nuestro entorno. Aunque la sostenibilidad de un alimento no depende únicamente de su procedencia, comprar productos llegados de la otra parte del mundo conllevará sí o sí un aumento significativo de las emisiones derivadas del transporte.

Además de generar CO en su fabricación, el envasado es una fuente de contaminación por plástico. Una alternativa es utilizar envases reutilizables, o cuando sea posible, comprar productos a granel. Asimismo, es recomendable evitar en la medida de lo posible el consumo de agua envasada y apostar por productos que requieran de menos energía en su conservación. Esto implica, por ejemplo, minimizar en lo posible el consumo de productos refrigerados.

  • Consumir productos de temporada.
    Esta sencilla medida puede contribuir significativamente a reducir la huella de carbono al tiempo que se apoya a la economía local. Además, no aseguramos consumir el producto en su mejor momento en cuanto a calidad/precio.
  • Evitar los alimentos trasportados por avión.
    El transporte aéreo es el que provoca una mayor huella de carbono por kilo de producto. Cuando un consumidor europeo compra frutas tropicales, es probable que antes de llegar a la tienda haya dado la vuelta al mundo en avión. La huella de carbono de una sola piña podría superar a la del resto de la cesta de la compra.
  • Evitar productos envasados.
  • Apostar por el comercio justo.
    En ocasiones no es posible adquirir productos de proximidad. Es el caso, por ejemplo, del té o el cacao. En esos casos, es preferible apostar por empresas que practiquen la agricultura sostenible y que en toda la cadena de valor del producto, desde la plantación hasta el envasado y la distribución final.
  • Adquirir menos productos procesados.
    Los alimentos procesados alargan el proceso de fabricación del producto, por lo que su mera producción consume muchos más recursos. Además, es mucho más difícil rastrear su origen, ya que en ocasiones incorporan distintos productos llegados de diferentes latitudes. Los productos frescos siempre serán una alternativa más sostenible. Y más saludable.
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