Los yates más lujosos hábitat preferido de las celebrities

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Las idílicas vacaciones de ricos y famosos también dejan huella (de carbono) en el planeta: sólo los 300 yates más grandes del mundo emiten cada año tanto CO2 a la atmósfera como un país de 10 millones de habitantes.

Los superyates son el hábitat preferido de las celebrities y los multimillonarios durante el verano. Recalan en Portofino, surcan las transparentes aguas de Formentera, recorren las islas griegas y atracan en los mejores puertos del Mediterráneo. Pero esa forma de disfrutar de un verano mecido por las olas, recorriendo los mejores parajes naturales –que admiramos con cierta envidia desde las páginas del papel cuché y las cuentas de Instagram, y que persiguen los aficionados al avistamiento de yates de lujo–, tiene también una cara B para el planeta.


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Porque la mayor parte del CO2 (gas causante del efecto invernadero y el calentamiento global que ya se deja notar en los termómetros estivales) que emiten las mayores fortunas del planeta proviene de sus yates. El estudio Las enormes huellas de carbono de los súper ricos, que recopila datos hasta septiembre de 2021, descubrió que la gran mayoría de las emisiones, 105.264 toneladas métricas, proceden de sus barcos, mientras que 54.836 corresponden a otras formas de transporte y una cantidad mucho menor (3.785) a sus mansiones.

El análisis, realizado por los investigadores del Departamento de Antropología de la Universidad de Indiana (EE.UU.), estima que a un estadounidense medio le llevaría alrededor de 550 vidas igualar la huella de carbono del multimillonario promedio que se analiza en este informe.

En una lista encabezada por el magnate ruso Roman Abramovich –31.198 toneladas métricas de CO2 al año, de las que 22.440 proceden de sus yates (el de la foto superior de la noticia, es su Eclipse–, sorprende que en las posiciones más bajas se encuentre Elon Musk, la segunda persona más rica del mundo.

También Jeff Bezos, que ocupa el puesto menos contaminante del ranking, aunque por poco tiempo. Koru –su nuevo yate, aún no contabilizado en el estudio–, estuvo en el centro del debate el pasado año. La naviera que lo estaba construyendo solicitó desmantelar un puente centenario en Róterdam para sacarlo a alta mar, puesto que es el yate más alto del mundo. La solicitud fue denegada y se remolcó discretamente sin mástil, porque los habitantes de la ciudad amenazaron con arrojar huevos podridos a la embarcación si se transigía con esa petición de la compañía.

Jeff Bezos: con parada en Palma de Mallorca, el creador de Amazon realizó el pasado abril la travesía de bautismo de Koru, el supervelero más alto de la historia, valorado en 500 millones de dólares. 

Impactos de lujo

Pero el estudio nos avanza otros datos interesantes: tres cuartas partes de los multimillonarios poseían un yate con una eslora media de 84 metros y la emisiones medias de carbono eran de unas 7.018 toneladas al año. Un superyate con tripulación permanente, helipuerto, submarino y piscinas emite unas 7.020 toneladas de CO2 al año, lo que lo convierte en el peor activo para el planeta desde un punto de vista ambiental.

« El impacto ecológico de los superyates, muchos de los cuales pueden consumir hasta 2.000 litros de combustible por hora, es insostenible», apuntan desde la Fundación Renovables, refiriéndose a barcos como el del emir de Dubái Mohammed bin Rashid Al Maktoum, Azzam, de 180 metros de eslora. «El yate A, de Andrei Melnichenko [multimillonario bielorruso] necesita más de un millón de dólares para llenar su depósito. Sólo los 300 yates más grandes del mundo emiten más de 285.000 toneladas de CO2 anuales, como un país con 10 millones de habitantes».

Las embarcaciones de los magnates Carlos Slim y Sheldon Adelson; el creador de Google, Larry Page, y el de Oracle, Larry Ellison; la presidenta de Wallmart, Ann Walton Kroenke; y de Laurene Jobs, empresaria y viuda de Steve Jobs, se encuentran también entre las más contaminantes. « El lujo de las embarcaciones de recreo choca con la ambición climática. No es un servicio o una tecnología esencial para nuestra producción y rendimiento económico. Tasarlos permitiría redistribuir grandes recaudaciones para mejorar la descarbonización marítima esencial, como la electrificación de pequeños puertos y embarcaciones», dicen desde la Fundación Renovables.

Vacaciones en el mar

Beatriz Barros y Richard Wilk, los autores del mencionado estudio, señalan que es difícil precisar cuál es realmente su huella de carbono: «La mayoría mantienen sus posesiones y su consumo en privado, a menudo oculto, otorgando la propiedad a miembros de su familia o a fideicomisos. En Oriente Medio y Asia son particularmente reservados. No pudimos auditar a nadie en esas regiones.» Las estimaciones son solo una pequeña porción de la realidad, la punta del iceberg, como reconocen los investigadores.

Los expertos esperan, además, una mayor demanda de yates con capacidades de largo alcance y cascos rompehielos por el interés de sus compradores potenciales por los viajes de aventura a lugares como la Antártida o Galápagos. De hecho, la industria estima alcanzar los 10.800 millones de dólares en 2026.

Giorgio Armani: Ni el más grande ni el más caro, Main, el yate del diseñador sí es uno de los más distinguibles gracias a su color verde oscuro. Armani es el promotor de la regata de superyates más exclusiva del mundo, con sede en Porto Cervo, Cerdeña. 

En cuanto al diseño, se imponen los interiores luminosos diáfanos, con áreas abiertas para navegar en contacto directo con el mar. Además de los componentes estándar, los propietarios exigen más dispositivos de alta tecnología, salas de cine o multimedia, así como motos de agua, esquís acuáticos, aerotablas… De hecho, el segmento Flybridge, con cubierta superior abierta de 360 grados, y puesto de mando adicional para gobernar la nave desde una posición panorámica, será el que más crezca. ¿La explicación? Se han convertido en un escenario para reuniones corporativas en EE.UU., Canadá, China o Japón.

Del exhibicionismo al yachtskam

Flygskam –vergüenza a volar– es el término sueco que anima a dejar de viajar en avión para evitar emisiones popularizado por la activista Greta Thunberg y ahora podría haber encontrado reflejo en los mares y océanos. ¿Esa conciencia hará que los millonarios se apunten al yatchtskam y renuncien a surcar las aguas del planeta en sus superyates?

Charo Morán, de Ecologistas en Acción, sugiere no tanto imponer una fiscalidad a los consumos ostentosos como una regulación que tenga en cuenta el bien común: «En un planeta con recursos finitos, debemos repartir cubriendo las necesidades de la población y decreciendo en la esfera material. ¿Se podría entender que las personas ricas fumen en los bares si pagan un impuesto? ¿O que puedan ir a 200 km/h en las autovías? Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen subiendo: ¿es ético que haya impuestos que permitan emitir desproporcionadamente a unas pocas personas?».

Para esas preguntas, Morán tiene una respuesta apoyada en datos incontestables: «Sólo tenemos un planeta, la mitigación del calentamiento global debe de ser un compromiso asumido por todos y basado en la justicia climática. Según Oxfam, el 10% de la población mundial más enriquecida es responsable del 50% de las emisiones históricas y son las personas empobrecidas las que han generado menor impacto. Sin embargo, estos últimos son las que más sufren los efectos de la emergencia climática y ecológica».

Puedes leer la nota de la fuente aquí  

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