Santandereanos: Un paso atrás.

Juan Manuel Álvarez Cruz

Por: Juan Manuel Álvarez Cruz

Tw: @juanurbanismo


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Santander como cuna de grandes epopeyas para el país, desde las gestas independentistas con héroes como José Antonio Galán y Antonia Santos, pasando por la famosa Batalla de Pienta en el municipio de Charalá, la cual diezmo fuertemente los ejércitos reales que fueron rematados en la Batalla del Puente de Boyacá para lograr la independencia de los españoles, ha forjado desde tiempos inmemoriales una estirpe de fortaleza, pundonor, rebeldía y bravura en su gente, desde su acento y tono de voz fuerte hasta su manera de expresar, directa y sin tapujos, reconocida y a veces desconcertante para personas de otras partes del país.

Si bien esas características de las cuales se ufanan sus habitantes, que se han venido recaudando a través de la historia al habitar una tierra árida, montañosa y difícil de domesticar, pueden haber sido a su vez un detonante en sucesos históricos que han traído momentos álgidos de violencia para la región como lo acontecido en la segunda mitad del siglo XIX entre artesanos y comerciantes, narrada de manera magistral en el libro “Culebra pico de oro: Historia de un conflicto social” del escritor Mario Acevedo Diaz, suceso que casi nos hace acreedores a una guerra con el Imperio Alemán; la dolorosa Guerra de los Mil Días, siendo Santander el epicentro de las batallas interpartidistas que dejaron cientos de muertos en el famoso “Palonegro”; lo acontecido en todo el país con ocasión de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, de lo cual, nuestro departamento no fue ajeno; el surgimiento de grupos insurgentes como el ELN en San Vicente de Chucurí; el nacimiento de grupos paramilitares que generaron terror en varias zonas de Santander, entre otros, han dejado heridas y cicatrices en la población que con el tiempo deben sanar.

Las dinámicas del país han cambiado de lo rural a lo urbano. Pasan los años y el crecimiento de Bucaramanga y su área metropolitana con ocasión de la migración venida del norte del Colombia, zona rural del Departamento de Santander y en la última década, del hermano país de Venezuela, han creado nuevos retos y problemas a la convivencia, ya de por sí difícil, en una ciudad conservadora y que, en un alto porcentaje, es poco abierta a la diferencia. La situación en la ciudad, así como en el resto de Colombia es caótica; las noticias sobre hurtos y homicidios ocupan las principales portadas de los medios de comunicación, sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en otras regiones, en el área metropolitana de Bucaramanga, además, pulula la intolerancia y falta de respeto a toda escala.

Nos asombramos con lo que muestran las redes sociales, que es lo que cualquier bumangués puede percibir al transitar el centro o la zona comercial de cabecera: una actitud iracunda del vecino, que siempre esta atento para responder a la defensiva; situaciones como la del accidente de transito que dejo un motociclista muerto porque el conductor le “echó encima” el carro; los combates furibundos con “machete” a la luz del día, peleas entre conductores de buses, taxis y transporte ilegal; los ataques constantes a los alféreces de tránsito, la quema del Banco Davivienda en la Carrera 27 con Avenida González Valencia y una actitud agresiva a toda escala, están de a poco generando un cóctel molotov que de no parar, llegara a un punto de no retorno.

No son momentos fáciles los que vive la región. Si bien hay muchos factores que influyen en los altos niveles de inseguridad y estallido social como el estrés post pandemia, la crisis económica, la falta de empleo formal, la inflación, la incertidumbre, conflictos sociales, insatisfacción política, entre otros, es necesario hacer un alto en el camino como bumangueses, como santandereanos, como colectivo de ciudadanos y evaluar el proyecto que queremos de ciudad y de región, dejando el individualismo a un lado y comprender que la única forma de convivir es respetando al prójimo. De nada sirve la fama que tiene el santandereano de malgeniado y altisonante, si es por esta razón, que nos vamos a seguir peleando y matándo en la esquina de los barrios.

El tejido social se ha roto y la recuperación del mismo será un trabajo arduo que debe empezar desde una introspección por parte de cada uno de nosotros y la forma como nos relacionamos. “Quien no conoce su historia, esta condenado a repetirla”, dice el viejo adagio; somos una tierra que ha vivido momentos difíciles de conflictividad, aprender de ella es una labor de todos y si es necesario desprendernos de arraigos sin sentido, deconstruir una supuesta esencia, una mal llamada identidad, por el bienestar mental de nuestra población, que sea el inicio del cambio y parar esta espiral de odios que nos está consumiendo.

 

 

 

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