Por una industria competitiva y sostenible

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Ana Santiago es CEO de Sisteplant

Lo vivido durante la pandemia nos ha dejado una serie de enseñanzas que marcarán la economía y las decisiones de las empresas en las próximas décadas: ha mostrado la fragilidad de las cadenas de suministro y el riesgo que supone tener los centros de producción tan alejados del territorio nacional.


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La situación geopolítica actual, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, no ha hecho sino agravar la situación y poner de manifiesto el riesgo que supone tener una excesiva dependencia para el suministro de materias primas en un único mercado.

El mundo ha cambiado. No tiene nada que ver con el de hace tres años y tenemos que hacernos a la idea y adaptarnos con la mayor rapidez posible. Hay empresas que ya lo están haciendo, que han sido capaces de tomar medidas con la celeridad necesaria para tratar de minimizar al máximo el impacto de las actuales circunstancias, pero otras están en estado de shock o a la expectativa, planteándose qué hacer y cómo hacerlo.

Una de las cuestiones de las que más se habla es el reshoring, un fenómeno que realmente empezó antes de la pandemia, con empresas que tras analizar sus costes de producción en otros mercados, decidieron que era preferible volver a traer la fabricación a España. Es una tendencia que va en aumento y lo percibimos en la demanda del mercado, aunque todavía no hay datos oficiales que lo confirmen.

Es un proceso complejo que requiere de una importante inversión inicial y, por tanto, exige un análisis en profundidad antes de tomar la decisión. Por eso, vemos diferentes aproximaciones: organizaciones que consideran que la actual situación es coyuntural y, por tanto, han adoptado una actitud de cautela, manteniendo sus centros de producción donde estaban; otras que han decidido dar pasos para acercarlos, a lo mejor no a España, pero sí a otros países de Europa o al norte de África con unos menores costes de mano de obra; y otras que opinan que se trata de cambios estructurales y que es más importante que nunca poder garantizar la continuidad de la producción localmente.

El debate sobre si el panorama geopolítico limitará la globalización e impulsará la autarquía ya se está produciendo. De materializarse ese cambio, será gradual, pero propiciará un cambio en el orden económico mundial.

Existe una oportunidad real para tratar de impulsar el crecimiento del tejido productivo en España y lograr el objetivo, propuesto por la Unión Europea para 2020 y nunca alcanzado en nuestro país, de que la industria suponga el 20% del PIB. En 2019 supuso un 14,69%, según el INE, y en 2021 aumentó al 15,3%.

Los fondos NextGen contribuirán a lograr esa meta si los Perte que está poniendo en marcha el Gobierno se ejecutan de forma adecuada. Pero también debe existir voluntad de cambio por parte de las empresas. La transformación se está produciendo a diferentes velocidades, con un elevado porcentaje de pymes que siguen trabajando con sistemas y procesos de producción obsoletos e ineficientes, que conducen a una baja competitividad, frente a grandes empresas que están creando fábricas absolutamente punteras y competitivas a nivel internacional.

Es cierto que el cambio tiene que ser paulatino y adecuarse a las peculiaridades de cada organización. No existe una fórmula única, por lo que es fundamental realizar un análisis previo para saber en qué estadio se encuentra cada compañía. A partir de ahí, se diseñará un plan estratégico a la medida de sus necesidades, que establezca los pasos que se deben ir dando y que se rija por el sentido común: habrá empresas que necesiten una intervención menor y otras que requieran de una transformación industrial integral.

La gran tendencia actualmente es la hibridación entre el mundo físico y el digital. Tecnologías como el gemelo digital, inteligencia artificial o machine learning o internet de las cosas son una realidad en muchas industrias españolas y el despliegue de 5G no hará sino impulsar todavía más esa digitalización. Sin embargo, no hay que olvidar que la tecnología es solo un medio que nos permite obtener un conocimiento profundo del proceso productivo, que es el que nos va a llevar a alcanzar el objetivo último de la transformación: el control absoluto de ese proceso.

El futuro pasa por crear fábricas conectadas, con capacidad predictiva para prevenir la desviación o los fallos de una máquina e incluso la reducción de la demanda; dotadas de inteligencia para tomar decisiones, introducir correcciones en el proceso y adaptarse a las circunstancias de la demanda; fábricas en las que las máquinas puedan hablar con las personas, gracias al procesamiento del lenguaje natural, para enriquecer el proceso de toma de decisiones; fábricas inteligentes, al fin y al cabo, que garanticen el buen funcionamiento de todos los elementos y la calidad del producto final; y fábricas sostenibles, en las que se optimice el consumo energético para contribuir a la lucha contra el cambio climático y reducir el impacto de la subida del precio de la energía.

En España tenemos conocimiento, capacidad y experiencia sobradas para lograr que nuestro tejido industrial recupere el peso en el PIB y se distinga por su grado de innovación y, sobre todo, de competitividad.

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