Opinión: El gran perdedor: la globalización

Leía en una publicación reciente que las epidemias más importantes de la historia de la humanidad se desarrollaron a distancias muy largas, generalmente a lo largo de las principales rutas comerciales, y me resulta evidente que la actual no es en absoluto distinta. Es más, los constantes intercambios de nuestro tiempo no han hecho otra cosa que acelerar el contagio, por lo que la propagación de esta epidemia fue casi inmediatamente internacional, a pesar de los esfuerzos de las autoridades chinas para contenerla. Y como siempre ha sucedido, más allá del drama que supone la pérdida de muchas vidas, las secuelas de una pandemia afectan, también, a la economía.

Las medidas adoptadas para limitar el contagio han reducido drásticamente el consumo, muchos sectores del comercio han debido cerrar temporalmente y el transporte, así como gran parte de la actividad productiva, se han visto gravemente reducidos, de forma que, de alguna manera, nos enfrentamos a un escenario en el que la demanda y la oferta se ven golpeadas simultáneamente, lo que la convierte en una crisis atípica.


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El análisis de riesgo, es decir, el estudio de las causas de las posibles amenazas y probables eventos no deseados y los daños y consecuencias que puedan producir ya no es únicamente una herramienta de gestión de estudios financieros, también lo es de las estrategias comerciales. Cabe preguntarse, entonces, si el análisis de riesgos, además de aplicarlo de manera individual a cada proveedor, ¿no debería extenderse, también, a los ubicados en una misma zona o, incluso, en un mismo país?

Personalmente, considero que, entre otras cosas, esta crisis ha evidenciado algo que sabíamos y obviábamos: la dependencia de la economía mundial de China. Y es que la epidemia del Covid19 ha provocado interrupciones de suministro debido tanto a la parálisis de la producción china como a la repentina necesidad creciente de equipos médicos y de protección en particular.

Esto último llevó a las autoridades chinas a prohibir la exportación de productos con escasez, lo cual no es exclusivo del gigante asiático ya que países como Francia, por ejemplo, algunos años antes, ya habían impuesto prohibiciones a la exportación de medicamentos de gran interés terapéutico. En este sentido, La Vanguardia publicaba el 31 de enero, un mes y medio antes de la declaración de estado de alarma en nuestro país, que China había restringido la venta de mascarillas a sus ciudadanos a cinco unidades por familia y que, aun siendo el mayor fabricante mundial de este tipo de protección, recibía suministros diarios de sus países vecinos. El mismo medio afirmaba, también, que el Gobierno chino había ordenado la compra de 200 millones de mascaras a Turquía, un país con una producción anual de 150 millones de unidades.

Como dato, por si sirve como indicación, señalar que en toda Europa hay apenas media docena de empresas fabricantes de mascarillas de seguridad

Esta situación es excepcional y tiene pocas razones para volverse más común, pero puede conducir a una reevaluación de las debilidades resultantes del uso de filiales distantes y a menudo excesivamente concentradas.

Yuval Harari, a quien ya he citado en otras ocasiones y le agradezco ser una constante fuente de inspiración, advirtió recientemente sobre las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. “Al elegir entre alternativas, hay que preguntarse no sólo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué clase de mundo queremos habitar una vez pasada la tormenta”.

Y es que elegir, también, es renunciar. La epidemia de Covid-19 es un fenómeno excepcional que, al haber mostrado la fragilidad y los riesgos del sistema actual, podría tener una influencia duradera en las elecciones de las empresas y de nuestros Estados.

Cuando esto se acabe, muchos intentarán que todo vuelva a ser como antes de la pandemia, mientras que otros, tal vez, se habrán transformado y empezarán a aplicar en sus hábitos de consumo el fruto de su metamorfosis: una mayor conciencia del impacto que tiene nuestra forma de consumir, y hasta de vivir, en nuestra economía, en nuestra sociedad y en nuestro planeta. Algunos expertos afirman que surgirá un nuevo concepto de “proximidad” que se apoyará en la cercanía, la disminución de gastos superfluos y la apuesta por lo local. Un capitalismo consciente, lo llaman. Capitalismo, a fin de cuentas, pero más solidario que antes y con las personas en el centro de todo el proceso.

La crisis de salud es grande y es grave y, probablemente, tal vez sea, también, una crisis de globalización.

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