Lo que significan los problemas económicos de China en el 2023 para el mundo del 2030

bandera de China

«Lo que significan los problemas económicos de China en el 2023 para el mundo del 2030», es el tema que nos propone Roberto Busel, Presidente del Consejo de Administración NMC Chile en NMC sa.

La realidad económica de China, hasta hace poco, era nada menos que extraordinaria. La producción económica anual de China se disparó de menos de 500.000 millones de dólares a 18 billones de dólares entre 1992 y 2022, con años de crecimiento de dos dígitos que impulsaron el PIB per cápita anual de menos de 400 dólares a 13.000 dólares.


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Sin embargo, en los últimos años el crecimiento se ha desacelerado significativamente y con cierta lógica: trasladar a cientos de millones de personas de una agricultura rural ineficiente a trabajos fabriles de mayor productividad en las ciudades sólo puede realizarse una vez.

En el camino, China recibió el apoyo de Estados Unidos y gran parte del mundo desarrollado. Invirtieron, otorgaron préstamos y transfirieron tecnología, al tiempo que dieron la bienvenida a China a la Organización Mundial del Comercio. También miraron hacia otro lado cuando China robó propiedad intelectual, violó sus compromisos con la OMC y mantuvo partes importantes de su economía cerradas a la competencia extranjera.

Occidente estaba motivado en parte por un simple cálculo económico: la promesa de obtener acceso a un mercado de consumo de 1.400 millones de personas. En principio, a medida que China se hiciera más rica, su pueblo podría comprar más de Occidente. Los bajos costos laborales de China también permitieron a las corporaciones multinacionales producir y vender sus productos por menos, manteniendo baja la inflación y permitiendo a los consumidores comprar mucho más.

Además de la lógica económica de Occidente, también había una lógica política: una esperanza o incluso una expectativa en Estados Unidos y Europa de que el ascenso económico de China traería consigo una liberalización política. Muchos imaginaron una China más rica, más abierta, democrática y orientada al mercado.

Sin embargo, con el tiempo, muchas de estas esperanzas se desvanecieron. Se perdieron empleos en el país a medida que las exportaciones chinas menos costosas desplazaron a los bienes de producción nacional. China no se volvió más abierta ni más moderada ni en el país ni en el extranjero; sucedió todo lo contrario.

Los bancos de inversión de todo el mundo han estado rebajando sus pronósticos de crecimiento para China en respuesta a una ola de datos decepcionantes y aunque los problemas de la economía china son bien conocidos, se están intensificando las dudas sobre la capacidad de las autoridades para gestionarlos.

Hace sólo ocho meses se esperaba que la economía china volviera a la vida. Se había abandonado la política cero-covid; a los compradores y turistas del país se les permitió circular libremente. Sin embargo, la recuperación se desvaneció, con el resultado de un crecimiento débil y deflación. Esto no sólo afectará a su gente. Lo que sucede en la segunda economía más grande del mundo también importa más allá de sus fronteras. El intento de Xi Jinping de reescribir el manual que impulsó el milagro económico de China durante una generación se enfrenta a su prueba más dura hasta el momento.

La economía de 18 billones de dólares se está desacelerando, los consumidores están pesimistas, las exportaciones están en dificultades, los precios están cayendo y más de uno de cada cinco jóvenes está sin trabajo.

Muchos de esos males se remontan a la determinación del presidente Xi Jinping de alejarse del modelo de crecimiento impulsado por la deuda de sus predecesores en un intento por romper finalmente la adicción de China a impulsar el crecimiento con la construcción especulativa de viviendas y proyectos de baja rentabilidad financiado mediante endeudamiento local. Sin embargo, si el mercado inmobiliario no mejora, la presión deflacionaria persistirá. Cuanto más dure, más difícil será revertirlo.

Partes de la economía están en auge: los vehículos eléctricos, la energía solar y eólica y las baterías. En esas áreas, la inversión y las exportaciones están creciendo a tasas de dos dígitos, exactamente el tipo de crecimiento verde y de alta tecnología que Xi Jinping desea. Incluso en medio de su austeridad en algunas áreas, el Estado está dedicando recursos para fomentar esta forma de crecimiento, emitiendo bonos para financiar ferrocarriles de alta velocidad e infraestructura de energía renovable en una escala sin igual en ningún otro lugar del mundo, préstamos económicos para las empresas y el apoyo a la demanda de consumidores a través de exenciones fiscales para los compradores de vehículos eléctricos.

Se estima que lo que Xi Jinping llama la “nueva economía” – sectores manufactureros verdes y áreas de alta tecnología – creció un 6,5% interanual en el primer semestre del 2023 y representó un poco más del 17% del PIB. Por el contrario, el gasto en construcción inmobiliaria cayó casi un 8% en el primer semestre y el sector inmobiliario proporciona entrega el 20% del PIB cuando se suman las industrias relacionadas.

Debido a que China es tan grande, su cambiante suerte económica puede impulsar las cifras generales de crecimiento global. Pero una desaceleración de China también afecta directamente las perspectivas de otros países.

Los exportadores mundiales de materias primas están especialmente expuestos a la desaceleración de China. El país consume casi una quinta parte del petróleo mundial, la mitad de su cobre, níquel y zinc refinados, y más de tres quintas partes de su mineral de hierro. Los problemas inmobiliarios de China significarán que necesitará menos de esos suministros. Esto será un golpe para países como Chile, donde las exportaciones de cobre a China representan el 10% del PIB.

Una desaceleración más prolongada podría llevar a China a volverse hacia adentro, reduciendo sus inversiones y préstamos en el extranjero y tras convertirse en el mayor acreedor bilateral del mundo en 2017, ya empezó a recortar sus fondos en sus proyectos internacionales en Africa y Latinoamérica donde el panorama era diferente en gran parte del mundo emergente con mexicanos, kenianos, nigerianos y sudafricanos como veían a China desde una perspectiva más favorable y acogían con agrado las inversiones chinas. La pregunta es si esta mirada seguirá siendo cierta dentro de un año.

La economía china creció a una tasa anualizada de sólo el 3,2% en el segundo trimestre de este año. El gasto de los consumidores, la inversión empresarial y las exportaciones están en un camino hacia la baja. Y mientras gran parte del mundo lucha contra una inflación demasiado alta, China sufre el problema opuesto: los precios al consumidor siguen cayendo y podríamos pensar en una China que pueda entrar en una trampa deflacionaria como la de Japón en los años 1990.

Hace aproximadamente una década, los tecnócratas chinos eran vistos casi como sabios. Primero presidieron una maravilla económica. Entonces China fue la única gran economía que respondió a la crisis financiera global de 2007-2009 con suficiente fuerza estimulante. En la década de 2010, cada vez que la economía se tambaleaba, los funcionarios desafiaban las predicciones de calamidad abaratando el crédito, construyendo infraestructura o estimulando el mercado inmobiliario.

Sin embargo, durante cada episodio aumentó la deuda pública y privada y hoy surgen dudas sobre la sostenibilidad del auge inmobiliario y sobre si realmente se necesitaba tanta infraestructura. Hoy los responsables de esas políticas se encuentran en un aprieto y sabiamente, no quieren más elefantes blancos ni volver a inflar la burbuja inmobiliaria.

El hecho de que los problemas de China comiencen desde las cúpulas políticas significa que persistirán en el tiempo e incluso podrían empeorar, a medida que torpes tecnócratas formuladores de políticas enfrenten los crecientes desafíos de la economía en una población que además se está envejeciendo rápidamente donde el nuevo plan de consumo no menciona el fortalecimiento de la red de seguridad social, especialmente la atención médica y las pensiones por lo que las familias chinas seguirán optando por el ahorro preventivo impulsado por el miedo en lugar del consumo discrecional. Incluso si la tasa de fertilidad comienza a aumentar, no sería suficiente para compensar las consecuencias de décadas de estrictas políticas de planificación familiar.

Cada vez hay más pruebas de que así es y de que, después de cuatro décadas de rápido crecimiento, China está entrando en un período de decepción. Para un país que durante mucho tiempo se ha enorgullecido de implementar políticas proactivas para anticiparse a las presiones económicas, las últimas medidas de estímulo son sorprendentemente reactivas.

Si la tasa de crecimiento de China se desacelera a valores que oscilen entre el 3 y 4%, una posibilidad clara, la contribución al crecimiento global se reducirá a la mitad, con evidentes efectos en cadena para el resto del mundo.

Las autoridades chinas nunca admitirían abiertamente una mala gestión de la economía y no les queda otra opción que desconectar su economía del crecimiento impulsado por la deuda, aunque esta medida traerá una larga desaceleración del crecimiento a largo plazo. Si China no logra abordar los riesgos que se están acumulando en su economía, un período de estancamiento y deflación al estilo japonés será inevitable. Y esta vez el mundo entero sufrirá.

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