La invención de Latinoamérica

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SERGIO MUÑOZ BATA

Antes del viaje del secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, a principios de mes, a tres países en América del Sur gobernados por izquierdistas, Colombia, Perú y Chile, la pregunta en los corrillos políticos era el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y los gobiernos de América Latina.


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Se equivocaron los agoreros de derecha e izquierda extrema que vaticinaban desencuentros ideológicos entre dos bloques antagónicos y rupturas entre EE. UU. y la nueva “marea rosa” latinoamericana, un fenómeno político que, por otra parte, periódicamente resurge en la región. Nada grave ocurrió. No hubo rupturas, ni siquiera declaraciones discordantes.

Las predicciones fallaron, en gran parte, creo yo, por ese afán de agrupar lo que no se puede unificar. De México a Argentina, pasando por Chile, Bolivia, Colombia, Perú y Honduras, los presidentes de cada país se dicen de izquierda, pero sus principios y sus maneras de gobernar son todas distintas entre sí. Sus diferencias son infinitamente mayores que sus semejanzas.

Del anacrónico nacionalismo antiyanqui, machista (cifra récord de feminicidios en cuatro años de gobierno) del mexicano Andrés Manuel López Obrador al socialismo libertario, democrático y feminista de Gabriel Boric hay una distancia insalvable.

Por otro lado, la más elemental lógica dictaría que los problemas políticos que hoy enfrenta el peruano Pedro Castillo y los apremiantes apuros económicos y políticos del argentino Alberto Fernández (empezando por los desencuentros con la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner) hacen impensable que a sus dificultades quieran añadir una confrontación con Estados Unidos.

Lo mismo habría que decir en el caso de Bolivia, el país del eterno conflicto social, donde desde hace tiempo ningún gobierno ha tenido la capacidad para crear consensos con comités cívicos, sindicatos, partidos políticos, empresarios, estudiantes y colectivos indígenas. Luis Arce gobernará hasta que llegue el siguiente grupo de presión a dominar el escenario político. Así las cosas, pelearse con Estados Unidos no tendría sentido.

Lo que a mí me parece evidente es que la pregunta inicial no tiene sentido. No podemos hablar de unidad ideológica entre las izquierdas de la región, y América Latina no es una unidad en el mismo sentido en el que, por ejemplo, lo es la Unión Europea. Peor aún, América Latina no es una entidad, es una invención.

La idea de la invención de la historia se la oí a mi maestro, el historiador mexicano Edmundo O’Gorman, quien en 1958 publicó La invención de América. En su libro postula que América no era un continente sino una invención de Cristóbal Colón. En su Diario de a bordo, relata O’Gorman, Cristóbal Colón confirma no tener idea de dónde está, pero una vez que se apropia de pueblos, pobladores y lenguas, inventa una narrativa escrita en español que sucede en un continente al que llama América.

25 años después, Benedict Anderson escribirá en Imagined Communities que las naciones no son cosas naturales sino invenciones históricas. Y más recientemente, Michel Gobat describirá cómo en el siglo XIX la expansión masiva del imperialismo europeo determinó dividir el mundo en continentes y subcontinentes dando lugar a la invención de ‘Latino América’, un término con el que se intentaba justificar la invasión francesa a México separando al país de Norteamérica.

En este sentido, el futuro de las relaciones de Estados Unidos con América Latina no dependerá de invenciones abstractas sino de realidades concretas con cada uno de los países del subcontinente.

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