La guerra, inflación y el cambio climático modelarán un proyecto político

Nueva Europa

Por: Roberto Busel

La guerra, la inflación y el cambio climático modelarán un proyecto político para una nueva Europa

Durante décadas, los europeos ocultaron la naturaleza profundamente política de la integración europea detrás de un proyecto económico centrado en garantizar el libre flujo de bienes, capitales, servicios y personas entre los estados miembros.

Pero ahora que el cambio climático está alterando permanentemente el paisaje físico y las condiciones ambientales del continente, esta ambigüedad deberá dar paso a una agenda de modernización más concreta.El sistema ha funcionado porque el mercado único tiene a su disposición una gran infraestructura e instituciones que garantizan la seguridad material y mercaderías que pueden viajar con seguridad por todo el continente con carreteras libres de inundaciones, agricultores europeos produciendo alimentos gracias a siglos de recuperación y lluvias benignas.


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Para muchos europeos, el verano de 2022 fue uno de los peores que recordarán, y no solo por la invasión rusa a Ucrania, sino por el regreso de la inflación. En una perspectiva de largo plazo, la gente se dio cuenta de que el continente es mucho más vulnerable de lo esperado a las condiciones ambientales cambiantes. La sequía paralizó a España, Grecia e Italia. Los ríos centroeuropeos y las rutas centenarias de transporte de mercancías que llegan al corazón del continente, se secaron. Octubre 2022 fue el más cálido registrado, al igual que diciembre. Y ya es probable que esta sea la nueva normalidad con temperaturas sustancialmente más cálidas y recursos hídricos variables.

Estamos frente a un desafío político fundamental para el gran proyecto comunitario europeo.

¿Quién decidirá, planificará, financiará, pagará y construirá la infraestructura y las instituciones necesarias para adaptar el paisaje construido a la nueva realidad física de Europa?

Hasta que se respondan a estas preguntas, los europeos se darán cuenta de que son cada vez más incapaces de ignorar los cambios que están ocurriendo en el continente y directamente, en el transcurso de su vida cotidiana.

Los gobiernos europeos deberán asegurar de que las tecnologías limpias más avanzadas se adopten en todos sus países miembros, sin embargo a pesar del buen progreso en el despliegue de energías renovables, el carbón, la fuente de energía más sucia, todavía genera el 40% de la electricidad mundial. Con el desarrollo económico viene una mayor demanda de electricidad y, por lo tanto, la responsabilidad de adoptar soluciones de tecnología ecológica y conectar el mundo a redes limpias invirtiendo en tecnologías ecológicas innovadoras como nunca antes: hidrógeno limpio, energía renovable en alta mar donde las soluciones de almacenamiento de energía podrán convertirse en sectores de exportación de la Unión Europea.

Todos los gobiernos europeos deberán adoptar la idea de integrar la economía circular para reducir la huella ambiental y de carbono de los bienes que consumimos ya que tal como están las cosas, estamos tomando más de nuestro planeta de lo que puede darnos, y los efectos de esta extralimitación serán cada vez más dramáticos y destructivos con cada año que pase. Será fundamental que inviertan en tecnologías circulares que reutilicen los recursos, en lugar de producir o importar constantemente nuevos bienes y extraer cada vez más materias primas. La economía circular tiene un enorme potencial no solo para reducir nuestra dependencia de recursos escasos, sino también para crear nuevos puestos de trabajo.

Los cambios físicos en el medio ambiente desafiarán a todos los estados miembros de la comunidad, pero algunos de los que están más expuestos se encuentran en el sur de Europa y están demasiado endeudados o son demasiado pequeños para poder permitirse la cantidad de inversión requerida. Los europeos tendrán que depender unos de otros aún más que en el pasado si quieren tener éxito en la adaptación a un cambio climático cada vez más severo. Los ciudadanos de Europa deberían reconocer que gestionar las condiciones climáticas cambiantes será como tener una nueva frontera europea donde se encuentren la sociedad y un entorno desafiante bajo un proceso de renovación constante. Las fronteras no son sólo un lugar geográfico. Son un límite moral y político donde la gente construye infraestructura y forja las instituciones y son parte integral de la formación del Estado moderno. Por eso, un clima cambiante constituye la nueva frontera de Europa y deberá abordar la esencia fundamentalmente política de cómo debe ser su paisaje físico para que pueda garantizar la seguridad humana en la comunidad y el fortalecimiento de su propia identidad europea.

La sequía del verano europeo de 2022 se convirtió en un riesgo existencial para la economía italiana donde el problema fue causado por una falla de las instituciones y su infraestructura donde el río Po de las llanuras del norte se secó y no solo porque las lluvias de primavera estuvieron por debajo del promedio, sino también a que la infraestructura de almacenamiento de agua fue inadecuada para compensar las nevadas por debajo del promedio del invierno anterior, y porque el sistema de licencias que distribuye el agua entre los usuarios es insensible a la cantidad disponible. En su mayor parte, a las personas se les permitió comportarse como si nada estuviera pasando, lo que llevó a una extracción excesiva. Coincidiendo con este fracaso, se convocaron elecciones nacionales en septiembre de 2022 y donde los partidos políticos italianos no hicieron campaña con promesas de implementar políticas que ayudarían a mitigar la próxima sequía y luego el fracaso político para muchos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental restableció el estado constitucional en la tradición francesa y americana. Con el tiempo, el medio ambiente se convirtió en un tema constitucional en la mayoría de los países. La constitución italiana de 1948 reconoció no solo la integridad territorial, sino también la apariencia de ese territorio, su contenido cultural, como algo que el estado debe proteger. Desde entonces, varios países más han consagrado derechos o responsabilidades ambientales en sus estatutos. Hoy, las tres cuartas partes de todos los países reconocen el medio ambiente en sus constituciones. En la mayoría de los casos, sin embargo, el medio ambiente se trata como un asunto de protección y conservación, no para brindar seguridad frente al cambio climático.

Sin duda, la mayoría de los ciudadanos europeos de hoy miran a las instituciones europeas supranacionales como una superestructura reguladora burocrática y no como un proyecto político. Pero la nueva frontera europea ambiental obligará a reconsiderar esta visión considerando que en la actualidad la cuenca del Mediterráneo es un punto crítico del cambio climático, donde esta región se está calentando un 20% más rápido que el resto del mundo, y 250 millones de sus habitantes vivirán bajo estrés hídrico severo hacia 2040. En el intertanto, la intensidad y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos continuarán aumentando, y un tercio de la población de la región la población costera se verá afectada por el aumento del nivel del mar en las próximas décadas.

Frente a una crisis cada vez más intensa sobre el clima, la biodiversidad y el agua, está claro que se necesita una acción audaz para contrarrestar los impactos que ya afectan a la región y a sus habitantes, incluida la pérdida de servicios ecosistémicos y tierras, la pérdida de cosechas, la contaminación del agua y la mortalidad por calor. todo lo cual pondrá cada vez más en peligro la estabilidad social, económica y política a medida que empeoran. Será fundamental priorizar los humedales en esta región, los que albergan una rica biodiversidad y brindan múltiples beneficios a la humanidad garantizando la seguridad hídrica y alimentaria mediante la purificación del agua de contaminantes, el suministro de agua potable para los humanos y el ganado, el suministro de agua para los cultivos, la industria y la producción de energía, y el apoyo a los medios de subsistencia de las comunidades locales y como sumideros de carbono mantienen los gases de efecto invernadero fuera de la atmósfera, almacenan el exceso de agua durante las inundaciones y la liberan durante las sequías, mientras protegen la costa de la erosión y las marejadas ciclónicas y proporcionan hábitats para cientos de especies y benefician a millones de personas.

Europa debiese estar en camino de convertirse en el primer continente climáticamente neutral para 2050, preocupándose de no producir más gases de efecto invernadero de los que sus ecosistemas puedan absorber naturalmente, invirtiendo en tecnologías respetuosas con el medio ambiente, desplegando vehículos y transporte público más ecológico; construyendo edificios y espacios públicos más eficientes energéticamente. Y también debe preocuparse de proteger el entorno natural mejorando la calidad del agua de sus ríos y mares, reduciendo los desechos y la basura plástica, plantando una gran cantidad de árboles y recuperando las abejas.

Estos últimos meses no fueron casualidad. Europa está cambiando físicamente, y los próximos años se definirán políticamente por la forma en que los europeos respondan a estos cambios. Europa necesita un nuevo proyecto de modernización y en una escala no vista en un siglo.

Será un proyecto plenamente político que necesitará solidaridad entre todos los países del continente y hay señales de que las instituciones europeas han comenzado a reconocer lo que está en juego.

En 2021, el Banco Central Europeo realizó una prueba de estrés climático para determinar la exposición de las instituciones financieras a los riesgos físicos, mediante la simulación de cómo les iría a los activos y negocios reales en eventos extremos, desde sequías hasta inundaciones. El cambio decenal en el clima desestabilizará una economía que está calibrada a condiciones pasadas. El turismo cambiará si el entorno físico en un destino que alguna vez fue favorito se vuelve inadecuado. El calor deprimirá la productividad y pesará sobre el bienestar. La agricultura sufrirá una mayor aridez. La infraestructura logística se deteriorará. La economía resultará cada vez más inadaptada.

Dados estos riesgos, uno podría pensar que el sistema político europeo se estaría poniendo en marcha y trazando una nueva hoja de ruta de adaptación, sin embargo, las autoridades no ha sido capaces de establecer un marco coherente y dotado de recursos para la adaptación climática.

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A principios del siglo 20, los países de todo el mundo actuaron con la ambición modernista de transformar sus paisajes para que fueran habitables, cultivables y propicios para el desarrollo industrial. Este era un proyecto decididamente político, lo que significaba que requería establecer una visión de futuro como objetivo común, así como un camino creíble y políticamente legítimo para alcanzarlo. El cambio climático necesita una versión similar a este proyecto.

La Unión Europea deberá asumir un papel como asegurador de recursos para lograr la seguridad en la frontera climática donde ya no puede permitirse operar como si fuera solo un proyecto económico y debería convertirse en una nueva república modelo con una unión política forjada para una nueva era y un nuevo entorno ambiental.

Toda la humanidad pierde si el clima de la Tierra cambia radicalmente. Pero no todos los cambios serán iguales. A los países menos desarrollados les resultará mucho más difícil sacar a la gente de la pobreza. Un Artico que se derrite creará ganadores y perdedores, lo que provocará cambios en las rutas comerciales y nuevos concursos por recursos que alterarán dónde podemos obtener productos básicos. Así como nuestros esfuerzos para evitar el cambio climático reconfigurarán la economía mundial, también lo hará el propio cambio climático.

Los científicos y los formuladores de políticas deberán hacer más para adelantarse tanto al cambio climático como a los cambios geopolíticos.

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