Autocompletar un mail o sugerirnos opciones de compras según nuestro comportamiento de consumo. Esos son dos ejemplos de cómo la Inteligencia Artificial (I.A.), tecnología que hasta hace algún tiempo parecía ciencia ficción y que hoy nos acompaña con mucha mayor frecuencia de la que creemos.
¿La clave? Ser más que un software. Quienes efectivamente utilizamos I.A. sabemos que lo más importante es nutrir los modelos matemáticos con información, además de contar con un algoritmo que pueda predecir problemas de ejecución.
Eso en el retail es perfecto. Con herramientas de I.A. el comercio puede brillar pues reacciona con rapidez si hay un problema detectado por un algoritmo. Cuando uno va a la sala de ventas puede darse cuenta que efectivamente algo pasa y que es lo que influye, en que un producto no se venda. Motivos hay varios: el que una botella de vino no tenga el precio va a influir negativamente en la decisión de compra. Lo mismo ocurre si la misma botella está cubierta por otra de la competencia que impide su visibilidad.
Entonces, si tenemos un promedio de venta diaria de 100 botellas y este se reduce de manera importante quiere decir que algo está pasando. La I.A alerta que algo poco favorable está ocurriendo con el comportamiento de venta de nuestros productos, datos que captura de forma permanente y actualizada al acceder – en forma unificada en el caso de Datamind- a los distintos portales donde se encuentra disponible.
Y aunque esto no es nuevo, el tener a bots capturando la información comercial publicada, en forma constante y ordenada, entrega otro valor extra: transforma tiempo de equipos destinado a trabajo operativo muscular, en tiempo aprovechado en la visualización y ejecución de oportunidades concretas en la sala de venta, lo que sin duda tiene un impacto positivo en los resultados de las marcas que se apoyan en tecnologías para eficientar su trabajo.
