¿Por qué el cerebro adora la poesía?

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Según publica el portal lamenteesmaravillosa.com El cerebro adora la poesía; tanto es así, que está programado para reconocerla. Al fin y al cabo, este género literario nos ha acompañado a lo largo de nuestra evolución como humanidad. La neurociencia lo sabe y por ello, lleva décadas descubriendo datos asombrosos.

Michio Kaku, el famoso físico estadounidense de origen japonés, suele señalar que sobre nuestros hombros está el objeto más complejo que la naturaleza ha creado en todo universo conocido. En efecto, el cerebro y sus más de 69 000 millones de neuronas configuran la entidad más fascinante y singular de nuestra existencia.


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Ahora bien, si la neurociencia desea conocer todos sus misterios, debe convertirse nada más y nada menos que en poeta. Esta sutil metáfora tiene su sentido y también su mágica trascendencia. La poesía ha acompañado la evolución de la humanidad y tiene un fuerte arraigo en el desarrollo de las emociones y las cogniciones.

La cultura es un producto de la mente del ser humano y esta lo modela, lo influencia de tal manera que se hunde en su conciencia y conforma nuevos correlatos neuronales. Somos aquello que hacemos, lo que leemos y también lo que nos inspira y despierta en nosotros cada lectura, y cómo no, también cada verso.

Si la neurociencia fuera poesía, comprenderíamos mejor al cerebro

La poesía forma parte de la historia de la humanidad y apareció como necesidad básica para expresar estados interiores. De este modo, aunque el registro escrito más antiguo que poseemos cuente con 4300 años, sabemos que sus raíces pueden ser más pretéritas. En esas épocas en que aún no estaba extendida la alfabetización, la poesía se transmitía de manera oral.

Servía para narrar hechos heroicos (poesía épica) y para profundizar en los sentimientos, como el amor o el deseo (poesía lírica). La poesía tenía un carácter ritual y comunitario para los sumerios o los asirio-babilónicos, y hubo pueblos que se servían de la égloga para alabar divinidades, paisajes o la propia felicidad sentida. Es fácil entender la implicación que ha podido tener a nivel neurológico.

Si la neurociencia fuera poesía, entenderíamos mejor que el cerebro está programado para reconocerla. Tal y como señala el psicólogo Guillaume Thierry, la poesía parece estar incorporada en nuestros sustratos mentales como una intuición profunda. De hecho, todo ser humano es un poeta inconsciente.

La poesía es una aliada de las emociones y la cognición

Buena parte de nosotros tenemos nuestros versos favoritos. Si nos realizaran un electroencefalograma mientras leemos nuestros poemas predilectos, descubriríamos la intensa activación que este acto produce en infinidad de áreas cerebrales. Esto mismo es lo que hizo la Universidad de Exeter en una investigación para descubrir que la poesía puede ser tan o más estimulante que la música.

Por ejemplo, se pudo ver cómo estimulaba el área derecha del cerebro, como sucede con los estímulos musicales. Sin embargo, también se activaron de manera intensa regiones del área izquierda, así como los ganglios basales, la corteza prefrontal y los lóbulos parietales. Son áreas relacionadas con el procesamiento profundo de la información, el pensamiento flexible y el reconocimiento.

Los autores de este estudio inciden en que la poesía no solo provoca que nuestras emociones se eleven, sino que además nos permite tomar conciencia de cada palabra, de cada metáfora. Esto despierta el pensamiento inductivo y reflexivo, así como la capacidad de ponderar los diferentes significados y perspectivas que puede tener nuestra realidad.

Emily Dickinson y la neurociencia

Si la neurociencia fuera poesía, tendría a Emily Dickinson como su referente. La célebre poeta de Massachusetts no solo forma parte de ese panteón de figuras clave de la poesía estadounidense, como lo fue a Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman. Ella es la personalidad favorita de muchos premios Nobel que han estudiado los misterios del cerebro humano.

Biólogos, como Gerald Edelman, o neurocientíficos cognitivos, como Stanislas Dehaene, usaron uno de sus poemas como introducción para sus publicaciones. Dickinson escribió en 1862 que el cerebro es más ancho que el cielo, más profundo que el mar y que es solo el peso de Dios. Lo que hizo en realidad fue describir ese producto del cerebro que es la mente y su poder a la hora de vivenciar y crear la realidad.

Su poema representa para los neurocientíficos una experiencia de lo sublime y de la capacidad cerebral para construir las percepciones. El cerebro es parte de la naturaleza humana, pero lo trasciende gracias a sus pensamientos e imaginación, pudiendo ir más allá del cielo, ser más profundo que el propio océano…

Sentir las palabras para despertar la conciencia

La literatura enriquece a las personas de una manera innegable. Nos aporta conocimientos, despierta en nosotros nuevas perspectivas y a menudo se configura como un ejercicio catártico para el cambio y el bienestar. Sin embargo, si la neurociencia fuera poesía, entendería que su poder va más allá de la narrativa y despierta en nosotros en mayor grado la autoconciencia emocional.

Los versos, las metáforas y todo recurso poético hace de la palabra un detonante psicológico. Nos permite sentir, ver y comprender el mundo de una manera más rica y compleja. El uso de simbolismos incrementa la introspección, el sentido crítico y la mentalidad reflexiva. Además, favorece que conectemos con nosotros mismos y lo que nos envuelve a otro nivel.

Estimula la imaginación, porque jugar con las palabras nos invita también a jugar con la realidad y reinventarla, a verla desde múltiples prismas. La neurociencia sabe que la poesía no solo embellece el lenguaje, sino que activa un resorte atávico en el cerebro para volverlo más rico y aumentar sus conexiones sinápticas. Así que no lo dudemos, naveguemos en esos mares de letras para sentirnos, si cabe, mucho más vivos.

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