Neuromarketing: Las emociones y la ‘topografía corporal’

Mujer posando para fotos mostrando varias caras

Notar mariposas en el estómago, tener un nudo en la garganta, que algo nos siente como una patada en la boca del estómago, que nos rompan el corazón o que pensemos que nos va a estallar la cabeza cuando nos enfadamos mucho no son solo frases hechas. Se trata de sensaciones reales que se desatan en diferentes partes de nuestro cuerpo cada vez que experimentamos una emoción, ya sea por miedo, tristeza, alegría, vergüenza, envida, felicidad o sorpresa. «Y son tan reales como el dolor de una pancreatitis», precisa la psiquiatra y doctora en neurociencia Rosa Molina.

Un estudio realizado hace unos años por un grupo de investigadores finlandeses arrojó datos muy interesantes sobre la estrecha relación que mantiene nuestro cuerpo con las emociones, hasta entonces muy cuestionada por algunos miembros de la comunidad científica. El grupo de trabajo de la Universidad de Aalto quería ofrecer una respuesta documentada a una serie de teorías sobre las emociones y el cuerpo que hasta entonces solo se habían abordado desde un punto de vista teórico. Se trataba de comprobar científicamente si existía un vínculo real entre lo que sentimos (cerebro) y dónde los sentimos (cuerpo).


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Los investigadores pidieron a más de 700 voluntarios que señalasen en una silueta corporal las partes de su anatomía donde notaban físicamente cada una de las emociones –14 en total–, desde sentimientos con los que lidiamos a diario como el enfado o la tristeza a otros más complejos de identificar como la ansiedad o el disgusto.

Los resultados fueron sorprendentes, pues casi todos los participantes en el experimento marcaron las mismas zonas, lo que permitió a los investigadores finlandeses elaborar una especie de mapa corporal de las emociones. El estudio constata que la mayoría de los sentimientos básicos (enfado, miedo, tristeza, sorpresa) se localizan en la cabeza y en la parte superior del cuerpo, mientras que la felicidad y el amor, por ejemplo, recorren todo el cuerpo.

El desprecio, una emoción mucho más compleja, se nota sobre todo en la cabeza y en las manos y deja sin apenas energía la zona de la pelvis y las piernas. Algo parecido ocurre con la ansiedad, que se siente con muchísima intensidad en el tronco, mientras que brazos y piernas se desactivan, como si se quedasen sin fuerza. «Por eso es muy frecuente que durante un episodio de ansiedad, la persona que lo sufre tenga la sensación de presión en el pecho y al mismo tiempo sienta flojera en las extremidades», precisa la doctora Molina, psiquiatra en el Hospital Clínico San Carlos (Madrid)

De hecho, un estudio posterior realizado por los mismos investigadores reveló que «la intensidad de las emociones está directamente relacionada con la intensidad de las sensaciones mentales y físicas». En otras palabras, cuanto más fuerte es la sensación en el cuerpo, más fuerte es el sentimiento en la mente.

Mariposas en el estómago

«Otro de los aspectos más llamativos del estudio –añade la doctora Rosa Molina– es que confirma que la respuesta a las emociones es universal. Es decir, la sensación de tener mariposas revoloteando en el estómago cuando estamos enamorados no es algo cultural. Es una sensación que sentimos todos los seres humanos, desde los japoneses a los venezolanos. Lo que sí cambia es la manera de expresar esos mismos sentimientos. Mientras que en la cultura nipona se tiende a ocultar, inhibir o minimizar la expresión de las emociones en público, en otras sociedades como las latinoamericanas la gran expresividad emocional podría incluso ser confundida con rasgos histriónicos de la personalidad si estos fueran sacados de su contexto y evaluados por un psiquiatra o un psicólogo europeo. De ahí la importancia de conocer los matices de las distintas culturas».

En cualquier caso y más alla de poder reconocer en nuestro cuerpo las señales que nos indican que el compañero de clase o del trabajo nos gusta o que no soportamos al vecino de al lado porque cada vez que nos cruzamos con él en las escaleras notamos una tensión en la zona de los hombros, «conocer cómo experimentamos estas emociones en nuestro cuerpo nos puede guiar en la toma de decisiones e incluso a tratar algunos trastornos de salud mental», coindiden los expertos consultados

«Imaginemos por un momento que estamos en una entrevista de trabajo. La sensación que nos transmita el entrevistador, lo que nos cuente, cómo nos lo cuente… activará en nuestro cuerpo unas emociones que guiarán nuestra decisión final. En este caso, la de aceptar o no el trabajo en función de esas sensaciones que hemos experimentado durante la entrevista. Sentiremos un cosquilleo en el estómago, una punzada en el corazón…», explica la doctora Molina. Es lo que el reconocido neurocientífico Antonio Damasio llamó marcadores somáticos o cómo las emociones influyen en nuestro comportamiento diario a la hora de tomar decisiones.

Según Damasio, cuyas teorías son la base del neuromárketing moderno, las emociones son cambios en los estados del cuerpo y del cerebro que se producen como respuesta a diferentes estímulos. «Unas veces nos ayudan a defendernos, otras nos alertan de diferentes peligros, pero también nos permiten disfrutar de los momentos especiales. Por ejemplo, si ves un coche que lleva mucha velocidad y tu estás a punto de cruzar un paso de peatones, lo normal es que en ese momento te apartes. Es un acto que has realizado automáticamente, pues tu cerebro ha interpretado que había un peligro, por tanto tu cuerpo te ha protegido gracias a que has sentido miedo. Son reacciones automáticas que nos ayudan a sobrevivir en nuestro entorno», explica la psicóloga sanitaria Adriana Reyes.

Al margen de las diferentes teorías, los especialistas reivindican la importancia del cuerpo como parte fundamental en el desarrollo tanto físico como emocional de los individuos. «En la era de la neurociencia y del ‘neurotodo’, parece que el cuerpo ha sido relegado a un segundo plano, como si su función no fuese relevante. Sin embargo, juega un papel tan crucial como el cerebro. Es más, es que sin cuerpo no hay cerebro», concluye Rosa Molina.

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