Kristina Moy fue a fines de febrero a un supermercado en la ciudad estadounidense de Seattle, en el estado de Washington, para hacer su compra semanal de comestibles.
Lo que debía ser un trámite relativamente rápido se convirtió en un calvario de tres horas a causa de los cientos de compradores que buscaban abastecerse en medio del brote del nuevo coronavirus.
Jay Inslee, el gobernador de Washington, había declarado el estado de emergencia tras el anuncio de la primera muerte en el estado -y en EE.UU.- relacionada con el covid-19.
«El papel higiénico y la leche desaparecían de los estantes más rápido de lo que podía contar, y el agua carbonatada estaba casi agotada», cuenta Moy.
Pero esta mujer no es la única que se ha encontrado con largas colas en las tiendas y los estantes vacíos.