Arquitectos y neurocientíficos llevan más de una década trabajando interdisciplinariamente con el objetivo de diseñar edificios centrados en el funcionamiento del cerebro de sus ocupantes.
De esta manera buscan fomentar el bienestar físico e intelectual, reduciendo el estrés y la ansiedad. La arquitecta Ani Rubinat -titular de una empresa de arquitectura corporativa- destaca los beneficios de este enfoque, especialmente en relación a los espacios de trabajo.
Se considera que el antecedente más directo de la neuroarquitectura está en el Instituto Salk de San Diego (EE.UU).
El doctor Jonas Salk en la década de los cincuenta investigaba una vacuna para la poliomelitis. Sus estudios se realizaban en los sótanos de la Universidad de San Diego, y notó que su investigación se había paralizado.
Fue entonces que decidió viajar al Convento de San Francisco en Asís, Italia, y allí las ideas fluyeron con facilidad.
Salk atribuyó a la arquitectura del convento la inspiración que le permitió encontrar la vacuna que tanto buscaba.
Tanto creía en la influencia de la arquitectura en las neuronas que entre 1959 y 1965 convocó al célebre arquitecto Louis Kahn para construir el Instituto Salk, ubicado en el barrio de La Jolla, en San Diego, un centro de investigación pensado para fomentar la creatividad entre los investigadores.
Hoy en día el Instituto Salk es un referente internacional en espacios neuroarquitectónicos, es decir, que están diseñados teniendo en cuenta cómo funciona nuestro cerebro con el fin de fomentar el bienestar físico e intelectual.
A los avances en neurociencia se ha sumado el arsenal de conocimiento e instrumentos que aporta la neurobiología.
Neurobiología
Uno de los pilares básicos para esta relación entre las dos disciplinas se erigió hace unos 25 años, cuando se descubrió que teníamos un cerebro plástico, es decir, que las neuronas podían ser reemplazadas, contrariamente a lo que se pensaba antes.
Años después, en 2003, Fred Gage, neurocientífico del Salk Institute, enunció una idea: los cambios en el entorno cambian el cerebro, y por tanto, modifican nuestro comportamiento.
Ahora se comprende mejor cómo el cerebro analiza, interpreta y reconstruye el espacio y el tiempo, lo que aporta valiosas pistas a los arquitectos a la hora de distribuir los edificios. Ese mismo año, fundó junto al arquitecto John Eberhard la Academia de Neurociencia para la Arquitectura, cuyo objetivo es construir puentes intelectuales entre neurociencia y arquitectura.
Y no son los únicos que han indagado en esta materia; poco a poco cada vez hay más escuelas de arquitectura o colegios de arquitectos que ofrecen introducciones a la neurociencia.
“Todo aquello que nos rodea, nos influye porque es información que hace que el cerebro ponga en marcha mecanismos de producción de hormonas que acaban produciendo sensaciones y emociones”, explica la doctora en biología Elisabet Silvestre, experta en biología del hábitat y que colabora con el Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña (COAC).
Esto es fundamental cuando más del 90% del tiempo que estamos despiertos al día lo pasamos dentro de edificios, y lamentablemente muchos de ellos no están pensados y construidos para hacernos sentir bien.
Es tan amplio el potencial que tiene este enfoque, que aunque también se utiliza para sentirse más cómodo en casa, toma especial importancia en el entorno laboral para reforzar las capacidades cognitivas y facilitar las emociones positivas y la motivación.
La neuroarquitectura se puede aplicar también al diseño de ciudades, centros de salud, escuelas y más.
En este contexto, la arquitecta Ani Rubinat concluye: “La neuroarquitectura es una disciplina relativamente reciente que intenta investigar cuál es la influencia psicoemocional de los espacios en las personas.
“Los arquitectos que trabajamos en el tema de espacios de trabajo, tenemos un enorme desafío: la búsqueda constante de espacios placenteros, que incentiven el bienestar, la felicidad y la productividad”.