Neuromarketing: el día que la ley tuvo que empezar a proteger tu cerebro

 

  • Los neuromitos cuentan mentiras, como que sólo utilizamos el 10% de nuestro cerebro.
  • Si bien es cierto que es uno de nuestro órganos más complejos y desconocidos, los expertos afirman que en 2035 tendremos absoluto conocimiento de su forma de funcionar.
  • Esto puede traer graves consecuencias, ya que podrían quedar descubiertos nuestros derechos y voluntades más profundas.

Existen mitos universales con los que convivimos, sin cuestionarnos si son o no ciertos; aunque si los razonas no tienen ni pies ni cabeza. Que las avestruces esconden la cabeza cuando tienen miedo, que el pelo canoso no se cae o que al zumo de naranja –recién exprimido– se le van las vitaminas si no te lo tomas en hidalgo, son alguno de ellos.

En neurociencia, este fenómeno de desconocimiento y credulidad social trasladado al ámbito educativo, recibe el nombre de neuromito. Los neuromitos han saltado de la creencia popular a la educación de una forma vertiginiosa. Debido a la literatura popular, el márketing y nuestros deseos de saber más sobre el supuesto gran desconocido de nuestro organismo, la imaginación humana ha rebosado los límites del sentido común.


Banner_frasco-suscripcion-800x250

cerebro

Uno de los mitos más popularizados es que de nuestro cerebro sólo utilizamos un 10%. Tomando esta teoría como verídica, la cultura del entretenimiento ha reflejado qué pasaría si fuéramos capaces de utilizar el 90% restante. Es el ejemplo de ‘Lucy’, un largometraje de Luc Besson en el que la protagonista –Scarlett Johsanson, es capaz de controlar la materia, el tiempo, el espacio y el conocimiento del universo gracias a su hiperdesarrollado músculo cerebral. «Sólo utilizamos un 10% de nuestro cerebro. Y Lucy está a punto de llegar al 100%», rezaba el cartel promocional.

Aunque esta fantasía no sólo vive en la ciencia ficción. Las pseudociencias utilizan la teoría de que todo es controlable si el sujeto posee un cerebro desarrollado, que va más allá y que está por encima de la media. Hablando en plata, esta afirmación justifica la tenencia de «poderes psíquicos».

Sería un reto muy interesante para la humanidad, desgranar las incógnitas de un compañero de vida como es nuestro cerebro. Tener un 90% de capacidad no utilizada daría mucho juego a la ciencia y a nuestra rutina, ya que podríamos llevar a los niños volando al colegio o limpiar los cristales, literalmente, con un pestañeo.

Pero como explicábamos, este neuromito no tiene un ápice de cierto. El origen de este bulo se sitúa entre el siglo XIX y principios del XX. ¿La raíz del conflicto? Es probable que haya sido una mala interpretación ya que, en esta época, se descubrió que las neuronas sólo componen, aproximadamente, el 10% del cerebro. El restante, son células gliales. ¿Quién lo dijo? La comunidad señala a Albert Einsten, aunque él sólo explicó en una entrevista radiofónica en 1920, que usábamos la cabeza poco. Quizás sólo nos estaba llamando limitados en comparación a sus vasto intelecto. Fue tal la influencia de esta vaga interpretación de las palabras del físico, que incluso lo utilizaron como objeto publicitario para promocionar un libro.

La comunidad científica no ha cesado de refutar esta farsa. El profesor de neurociencia cognitiva Barry Gordon, investigador del Johns Hopkins Medical Institution explica: «usamos virtualmente cada parte del cerebro, casi todo el cerebro está activo casi todo el tiempo». Incluso cuando estamos dormidos. Es cierto que nuestro cerebro es plástico. Esto quiere decir que siempre podemos aprender más y mejorarlo, pero nunca hacer de él una puerta a lo sobrenatural.

Llegado a este punto, ¿es cierto que nuestro cerebro es un extraño?. Si bien es cierto que tenemos cierto control sobre este complejo órgano, todavía existen dudas sobre la asimilación, orden, percepción y ejecución de la información. Aunque, el neurocientífico español Rafael Yuste, director del NeuroTechnology Center de la Universidad de Columbia (Nueva York), piensa que esta situación dentro de 15 años, no será un problema.

«Podremos descifrar el código neuronal del cerebro y, en consecuencia, se podremos cambiar el comportamiento».

cerebro

Conociendo la estructura y disposición de nuestras células cerebrales, y por qué el cerebro traduce la información como lo hace, Ayuste explica que podríamos utilizar la tecnología para explotarlo –y mejorarlo.

En la prestigiosa publicación Nature, el médico nos expone un escenario que parece sacado de una obra de Philip K. Dick. «Imagina a un hombre con parálisis que tiene un chip en el cerebro entrenado para interpretar la actividad neuronal. Gracias a una BCI (interfaz cerebro-computadora) que traslada la información que le aporta el chip, es capaz de mover un brazo robótico que le da de beber, e incluso, daña a uno de los asistentes del experimento».

Puede que imaginar una sociedad de humanos conectados a máquinas asuste, aunque esto no es el futuro. En Estados Unidos ya hay entre 20.000 y 30.000 personas con un electrodo en el cerebro. Este procedimiento recibe el nombre de Brain Iniciative, en base a la Estimulación Electrónica Profunda, y es una iniciativa promovida por el expresidente Barack Obama en 2013, con la motivación de dibujar un mapa cerebral.

Según el neurólogo, el control sobre nuestro cerebro puede tener muchas ventajas –sobre todo en las patologías neuronales relacionadas con la motricidad, pero también graves consecuencias a nivel ético. «Será necesario plantearse un código ético y hablar de ‘Neuroderechos’ fundamentales, que protejan el acceso a datos hasta ahora ocultos», cuenta Ayuste, «Los ‘neuroderechos’ deberían estar en la Declaración de Derechos Humanos».

Toda la electrónica es vulnerable, y esto es una cuestión que preocupa profundamente a los científicos. Un dispotivo con información de nuestro cerebro podría ser hackeado en beneficio de la publicidad, la alineación u otras intrusiones no planteadas. Por ello, los expertos han definido cuatro grandes problemas principales:

brain

Privacidad y consentimiento:
Ya se puede obtener un nivel extraordinario de información personal a partir de los datos de las personas. En la aplicación cerebral, esta exposición se multiplicaría. Además, como ya comentábamos, si los dispositivos neuronales se conectan a Internet, tendrían grandes posibilidades de ser hackeados.

Agencia e identidad:
Las personas no podrían terminar asimilando el actuar como máquinas. Por otro lado, también surgirían ciertos prejuicios para las que sí tienen estas ventajas y los que no.

Parcialidad:
Este apartado tiene relación con el anterior. La falta de consenso internacional podría afectar a un desquilibrio entre sociedades a la hora de crear poblaciones más desarrolladas que las otras. A su vez, podrían verse violados los derechos neuronales en otros países, por la aplicación desigual de las leyes.

Estos cabos sueltos que traerían consigo los grandes avances de la neurociencia, se verían solventados con los neuroderechos, planteados como los expuestos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Además, científicos como Ayuste proponen sumarle a todo el modelo hipocrático, para proteger al paciente desde el altruismo y la sinceridad, a pesar de la relación tecnológica con la ciencia.

La solución que plantea la comunidad es someter todos estos problemas a un consejo público. De esta forma se establecerían estos Derechos Universales, de manera unilateral.

Por otro lado, la comunidad científica también incide en informar al ciudadano. «La sociedad debe  tener la capacidad y el derecho de mantener la privacidad de sus datos neuronales». Además, se debería prohibir el tráfico y venta de datos neuronales, bajo la misma legislación que prohibe la venta de órganos.

La policía del pensamiento estará alerta.

Banner_azules
Reciba las últimas noticias de la industria en su casilla:

Suscribirse ✉