La crisis neuro-económica de consumo y la guerra

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Los conflictos bélicos en sí mismos, incluso basados en los principios del Arte de Guerra, deben estar enfocados en acciones rápidas, ágiles y nunca extensibles en el tiempo, pues al perpetuarse una contienda armada, las pérdidas humanas, sociales y económicas, señalan tener una magnitud aún más lesiva para todas la partes involucradas. Las afectaciones macro y microeconómicas, directas e indirectas, son más evidentes y de difícil reversión.

La guerra, más allá de un costo humano injustificable desde cualquier óptica, trae también consigo repercusiones de índole económica bastante potentes, tanto de forma general como específica. Esto señala a su vez implicaciones en las curvas de comportamiento macroeconómicas de los países, así como en la microeconomía de las personas que se ven afectadas por el conflicto en cuestión. No necesariamente una nación neutral a la contienda belicosa está exenta de sufrir las repercusiones económicas que de ella pudiesen derivarse.


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Resalta acá un primer elemento de análisis, el cual es dado por la afectación directa que un conflicto armado puede conllevar en primera instancia a los países involucrados, mismos que deben destinar un flujo de recursos monetarios y productivos para satisfacer su demanda interna en términos de la carrera armamentista.

Este tema repercute de forma directa en el concepto de la demanda agregada, el cual es conformado por diferentes variables tales como la inversión, el gasto y la balanza comercial. Pero incide particularmente el consumo del Estado, el cual al verse influido por una necesidad de compra y uso de armas claramente ve afectada esta variable, generando lo que parece ser una auto demanda de consumo, pues el mismo Gobierno debe destinar recursos, ya sea para la compra o producción de equipo militar.

Claramente la relación anterior es de corte macroeconómico estrictamente, pero esto tiene una repercusión específica en el patrón de conducta de los administrados, pues en esencia, al destinar el Estado más recursos en aras de satisfacer su demanda bélica, las personas reciben menos beneficios y protecciones gubernamentales. Esto, en términos de las respuestas neurales del individuo, es asociable a la generación del cortisol, precursor de la adrenalina y noradrenalina, en ligamen a una caída de las expectativas positivas emocionales, que pueden ser ligadas a neurotransmisores tales como la dopamina (deseo) y la serotonina (satisfacción).

Este patrón conductual repercute de forma directa en los que se denomina una crisis neural, situación en la cual el cerebro humano se enfrenta a una cognición sobre la que no logra precisar un cierre o una salida específica a una realidad dañosa. Ello implica lo que parecen ser mayores activaciones ligadas a procesos del sistema límbico y la memoria emocional (asociada al lóbulo temporal) y a una ponderación menor de decisiones en el lóbulo frontal, región encargada de la inhibición social, la racionalización de procesos, y hasta cierto punto el sentido común.

Cabe señalar que la afectación de la guerra puede ser directa o indirecta. Los países que no están involucrados en el conflicto, pueden de igual forma verse afectados, en particular atención, al darse la existencia de productos asociados a los hidrocarburos o, bien, otro tipo de bienes que afecten el flujo económico normal de la nación.

Tal es el caso de la guerra y su afectación al valor del petróleo, el cual repercute de forma directa en el precio final de los combustibles, mismo que genera un incremento de la estructura del costo, o bien del gasto de las empresas, y que usualmente termina siendo trasladado al consumidor final en un incremento del valor pecuniario pagado por la adquisición de bienes o servicios. Esta correlación inevitablemente incrementa la tasa inflacionaria, generando a su vez un pérdida en el poder adquisitivo de las personas.

Ahora bien, al analizar tanto el patrón de la crisis neural, así como la repercusión de los precios internacionales de bienes asociados al flujo económico del país, claramente puede observarse una extrapolación del temor infundado por la guerra hacia una generación de actividades neurales ligadas a patrones propios de la incerteza y el temor, señalando un ligamen a regiones tales como el núcleo accumbens, encargado de la valoración de procesos recompesativos, así como a la amígdala, asociada a las emociones, y la ínsula, que gestiona la supervivencia social.

Este tipo de respuestas neurales, en conjunto a un incremento de variables como la inflación y el tipo de cambio, repercuten de forma directa en el patrón de consumo y en el gasto de los individuos, el cual, lejos de responder a una gestión de compras racionales, parece estar mayormente sustentado en la especulación y el temor a una situación eventual y desconocida.

El concepto anterior encuentra su sustento en la teoría económica denominada como el “animal spirit”, situación dada para aquellos patrones de consumo micro y macroeconómicos, donde la persona, o bien, el mercado, detallan una adquisición de bienes en forma exagerada, no razonada y especulativa. Esta se sustenta en una predicción neural, en la cual la expectativa es dada hacia una escalada del conflicto bélico, y hacia la lesividad sostenida en el tiempo, por lo cual la acumulación innecesaria de productos en el corto plazo, en aras de satisfacer un deseo supervivencial de largo plazo, parece ser el común denominador.

El análisis acá es complejo. Las variables de corto plazo, tales como la compra de bienes y servicios, así como el incremento de los flujos monetarios en este mercado, claramente se ven movidos hacia un incremento casi correlacional en función de las respuestas neurales basadas en la supervivencia y la generación de cortisol, adrenalina y noradrenalina. Esto repercute de forma directa en otras variables tales como la inflación, las tasas de interés, e incluso eventualmente en el tipo de cambio, precisando así lo que se conoce como un efecto de cascada económico, pero donde lo curioso es que sus mayores efectos no parecen estar dados por la guerra propiamente, sino más bien por una secuela derivada del consumo irracional, desmedido y señalado por la teoría del “animal spirit”.

Puede entonces señalarse que, aunque claramente la guerra y su afectación macroeconómica directa e indirecta es evidente, los efectos microeconómicos dados para el comportamiento de consumo de las personas, aunque influenciados por el conflicto en cuestión, también son precisados por una especulación neural no razonada. El temor y la imposibilidad de un cierre lógico proyectado, parecen ocasionar presiones fuertes en las variables económicas del país, señalando así la relevancia de la información constante, la racionalización del temor por medio de la cognición investigativa, pero sobre todo de la disciplina de consumo y el orden financiero que las personas puedan tener para efectos de minimizar el impacto del conflicto bélico en cuestión.

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