5 cambios en el cerebro del hombre cuando es papá

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La antropóloga evolutiva del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Oxford (Inglaterra) Anna Machin es experta en paternidad. En su libro La vida de papá: la creación de un padre moderno relata cómo descubrió la poca importancia que se había dado al papel del progenitor cuando ella misma pasó por la experiencia traumática de un parto complicado en presencia de su marido. Ella recibió apoyo para superar el trauma, pero los médicos pasaron por alto las consecuencias que aquella circunstancia había tenido en su pareja. Incluso después de un año, él ni siquiera podía hablar del tema sin echarse a llorar. «Me pareció injusto», explica la antropóloga. Y decidió investigar sobre la paternidad hasta publicar un libro con el resultado de todos sus estudios y los descubrimientos de otros equipos de investigación. Conclusión: estos son los cinco cambios que sufre el cerebro de un hombre con la paternidad.

1. Baja la testosterona: ¡No ‘paniques’! Es por tu bien

La testosterona se reduce con la paternidad. Y sin complejos. Por mucho anuncio de relación testosterona-macho alfa que haya visto. Porque así es como hemos conseguido que la especie evolucione (y se mantenga): «El  cerebro del hombre cambia incluso antes del nacimiento del bebé. El nivel de testosterona del padre se reduce durante el embarazo. Es un fenómeno que se da en todos los lugares del mundo, independientemente de las culturas y de los grupos sociales. Los hombres con niveles altos de testosterona experimentan una reducción especialmente marcada. Ni siquiera es necesario que el padre viva con la madre, un contacto regular es suficiente. Es cierto que el nivel hormonal vuelve a subir tras el parto, pero nunca recupera los niveles previos».


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Pero, ¿por qué baja la testoterona? «Tiene su raíz en la evolución. Como los bebés son dependientes de sus progenitores, la presencia de un padre contribuye a asegurar su supervivencia. A los hombres no les gusta oír eso de que tienen menos testosterona. Pero yo les digo: «Tranquilos, no hay motivo para el pánico. Desde un punto de vista evolutivo, estáis en la cúspide de la masculinidad, no hay nada por encima de la paternidad. Además, cuanto más bajos sean vuestros niveles de testosterona, mejores padres seréis. Podréis empatizar mejor con vuestros hijos, leer sus necesidades. Y la oxitocina y la dopamina, las hormonas de la gratificación, estarán más altas y os harán sentir estupendamente».

2. Flipa: ellos también sufren depresión posparto

Aunque en este momento sean muchas las lectoras que se echen las manos a la cabeza ante este titular, la antropóloga Anna Machin asegura que uno de cada diez hombres las sufre. «Aunque el concepto posparto no es correcto». Que vuelva la calma. «Ellos suelen tenerla al cabo de un año, las mujeres la tienen antes». Y describe así las consecuencias de esa depresión: «Esos padres sufren ansiedad, se vuelven agresivos, se retraen, se encierran en sí mismos. Todo eso tiene un efecto sobre el niño. Muchas veces acaban llevando a una automedicación con alcohol. Los médicos y las comadronas deberían ocuparse también de los padres en el momento del parto. De esa manera se conseguiría un beneficio para toda la familia. El padre tendría menos riesgo de sufrir depresión y a la madre la ayudaría en el plano psicológico».

3. ¿Desafiante con el bebé? Se ha activado el neocortex

Tras nueve años de investigaciones, durante los que la antropóloga siguió a un grupo de padres para analizar su comportamiento antes y después de tener su primer hijo, Machin concluye que la ciencia había subestimado su papel, obviando su influencia positiva en la crianza: «Cuando los progenitores interactúan con el niño, en la madre vemos sobre todo una activación del sistema límbico del cerebro, donde residen los sentimientos, el cuidado, la protección. Su relación con el bebé está marcada por esos conceptos. En el caso del padre, lo que vemos es una activación del neocórtex, donde residen la cognición social, la interacción y la comunicación, la planificación, la motivación, el desafío». Regiones diferentes, resultados complementarios: «Es decir, en el caso de los hombres la relación está dirigida hacia fuera, hacia el exterior. El padre tiene el impulso de empujar a su hijo, de enfrentarlo a sus límites. De lo que se trata es de que el niño descubra el mundo, de cómo maneja los riesgos, también de cómo gestiona el fracaso».

4. Llega la euforia: estás liberando hormonas

«Más lentamente que la madre», explica la experta. Pero acaba ocurriendo. Porque, afortunadamente, la figura del padre vive un momento de evolución muy positiva: «Madre e hijo pasan juntos por el parto, que desencadena un montón de fenómenos compartidos, es un proceso químico, un intercambio de hormonas. La madre, además, le da el pecho. Los padres crean el vínculo mediante la interacción, haciendo cosas con el bebé. Pero hace falta algo de tiempo hasta que esa interacción sea posible, es decir, hasta que el progenitor también recibe una respuesta por parte del niño. Al menos seis meses. Es cuando los niños empiezan a gatear, a jugar». Es solo una cuestión de paciencia: «De hecho, a los padres los primeros meses les resultan muy frustrantes. A estos siempre les digo: no os preocupéis, todo llegará. Habladles, cantadles y leedles cuentos. Es importante. Jugando, haciéndole cosquillas o peleando se liberan hormonas fundamentales tanto en el padre como en el hijo: oxitocina, dopamina y betaendorfina, que producen sensación de euforia y generan vínculos».

5. Más empático, más organizado… Está aumentando tu materia gris

La naturaleza también ha reconocido a los hombres que se involucran en el proceso de crianza con un premio evolutivo: «Igual que le ocurre a la madre, se produce un aumento de la llamada ‘sustancia gris’. Te vuelves más empático, más organizado, es decir, te conviertes en un mejor cuidador», afirma Machin.

Durante el embarazo, recientes estudios neurocientíficos han demostrado que la mujer ve reducido el volumen de la sustancia gris de determinadas zonas del encéfalo relacionadas con las relaciones sociales. Se debería a la necesidad de focalizar su atención en el bienestar del bebé. Pero en los años posteriores, esa sustancia gris aumenta para reforzar el rol de educador.

«En ciertas fases de la vida de un niño –explica Machin–, la madre es más importante para su desarrollo; y en otras etapas, lo es el padre. Cuando analizamos los estudios sobre la salud mental a largo plazo de los niños, sobre todo durante la pubertad, los que tenían un vínculo previo fuerte con su padre eran mucho más robustos y sanos. El padre, con su papel, es enormemente importante para hacer que el niño sea más resistente. Soy consciente de que este tipo de afirmaciones resultan controvertidas porque sirven al sistema de roles tradicionales. Pero no es una cuestión de género, sino de la función, de la activación cerebral que lleva al niño a sus límites, unos límites razonables, por supuesto, no peligrosos».

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