Hay tiendas del Eixample que se merecen crónicas por centenarias y, lo que es menos habitual, las hay que aún no tiene ni un mes de vida y, por inesperadas, dan de qué hablar. Hace apenas tres semanas que Ferrolan ha abierto sus puertas en la calle de Urgell, con un escaparate que no llama la atención. Azulejos, baños, cocinas, parquets…, de entrada, nada del otro mundo, salvo, a primera vista y como mucho, sus dimensiones, más de 500 metros cuadrados de ‘showroom’ en un distrito donde las grandes superficies disponibles escasean. Esto que viene a continuación no es un anuncio publicitario, porque en realidad no le hace ninguna falta a los dueños del negocio, sino un retrato de una tienda tecnológicamente única en España y que, de paso, permite realizar una aproximación, con todos los respetos, a lo que es un barcelonés, sobre todo si es del Eixample.
En Santa Coloma de Gramenet, Ferrolan es tanto o más conocida que la mismísima Núria Parlon. Ocupa una nave de 15.000 metros cuadrados, un espacio gigante comparado con el de la calle de Urgell, y tiene sucursales también mayúsculas en otras direcciones postales del área metropolitana. En Rubi, 5.000 metros cuadrados, por ejemplo. Para comprender qué hace esta firma en un distrito comercialmente tan selvático como este, no hay nada mejor que echar mano de una muy poco reseñada anécdota de Josep Ramoneda, filósofo, articulista y director durante siete años del Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Hace 10 años, el Ayuntamiento de l’Hospitalet le llamó para encomendarle un proyecto, la creación de un distrito cultural, y él aceptó encantado, pero honesto como es no tuvo reparos en confesar primero que, si no le fallaba la memoria, en 64 años de vida jamás había caminado por las calles de la ciudad.
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Asiente Albert Antonijoan, director general de la empresa. El suyo, un negocio familiar pese a sus dimensiones, es algo atípico. Está abierto al público general, pero lo normal es que allí se atienda a albañiles, constructores, arquitectos, vamos, los profesiones que a la hora de la verdad suelen hacerse cargo de las reformas de los pisos, parciales o totales. El problema es que en un momento u otro del proyecto es necesario que el cliente elija, lo que sea, el pavimento, los azulejos, la grifería del baño, la tonalidad del suelo de madera, y es entonces cuando, sin ánimo de ofender, aflora el alma Ramoneda del barcelonés medio, frecuentemente incapaz de llegar al otro lado del Besòs sin un navegador en el coche, e incluso a veces disponiendo de uno.
Por eso Ferrolan ha decidido afincarse en mitad del Eixample, pero no a modo de tanteo, a ver qué pasa, sino con voluntad de echar raíces. No están de alquiler. Son dueños del local, algo infrecuente en el tejido comercial de esa parte de la ciudad, donde el alquiler tantas veces es la causa de fondo de un traslado o directamente de un cese de la actividad.
El local es, como se dice ahora, un nuevo ‘showroom’, un gigantesco expositor de productos, pero, lo dicho al principio, lo es además de una forma, por el momento, única en España. En mitad del local hay una pequeña habitación sin ventanas y con una única descripción en la puerta, ‘Tile Cube’, o sea, una experiencia inmersiva, tecnología alemana con software francés que permite alicatar virtualmente el suelo y las paredes con recreaciones de los azulejos procedentes de Castellón, potencia mundial en esta materia. Salas así las hay en Francia, dice Antonijoan, tal vez unas 40, pero a este lado de los Pirineos solo hay esta del Eixample.
A los más veteranos, aquello les recordará un poco ‘Tron’, y a los menos añejos, ese momento de ‘Matrix’ en el que el informático de a bordo de la nave carga los programas para el entrenamiento del protagonista, lo que ocurre es que aquí son, en realidad, baldosas de distintos tamaños, estampados y colores. Con una tableta y a gusto del cliente, la habitación cambia de aspecto tantas veces como se desee.
Y pronto, revela el responsable de la tienda, habrá más novedades tecnológicas, en este caso cocinas recreadas digitalmente para ser visitadas con gafas de 3D. ¿Cuál es la gracia en este caso? Los arquitectos, es cierto, son a menudos buenos dibujantes, a mano o si es necesario con algún programa especialmente concebido para ello. Lo que las gafas 3D permiten, hay que admitirlo, es ir un paso más allá o, por ejemplo, comprobar si se alcanza con la mano a abrir los armarios más altos de la cocina o abrir los cajones para asegurarse de que todo quedará a mano. No es Ferrolan, desde luego, una tienda de la ciudad que quepa bajo ese paraguas de las llamadas emblemáticas, pero tal vez habrá que buscarle un calificativo.