¿Quién agrega valor y quién no en Argentina?

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De acuerdo al portal de noticias El diario de la pampa, ¿Quién agrega valor y quién no en Argentina?

Estamos acostumbrados en el sector de los agronegocios que, de diversos sectores lejanos a éste, e incluso de sectores políticos, nos expliquen ¿cómo se debe crear valor? Todo el mundo repite que la producción agropecuaria no lo hace, que trabaja poca gente y dan como respuesta a todos los problemas, la industrialización del grano; cayendo en el «cliché» del molino harinero, el frigorífico o la transformación en carne, haciendo triste gala de una mente analógica en una era digital.


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Esto representa una muestra de ignorancia mayúscula de lo que ha pasado en el sector agropecuario, que es primario no por ser menos importante, sino por ser justamente el sector donde todo inicia, pudiendo cambiar el mote de «primario» por «primordial». Es que solamente la fotosíntesis y la energía solar, son capaces de transformar la luz en bienes y servicios.

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Cuando pensamos en un grano de soja, maíz o trigo cosechado debemos ver todo lo que ese grano engloba y aporta hacia atrás, al costado y adelante en la economía. En efecto, es el grano y el productor que lo implanta multiplicándolo, el motor que dinamiza toda una la red de valor extraordinaria, compitiendo con el mundo, aún con claros desincentivos como los derechos de exportación, falta de infraestructura, falta de energía y tipo de cambio asimétrico, por mencionar solo algunos escollos que se deben sortear.

Según la paleontológica definición de actividad económica, encontramos la clásica división en primaria (campo), secundaria (industria) y terciaria (servicios), creadas por las ciencias económicas hace varias décadas. Con este tipo de definición Argentina por ser un país agroexportador no tendría industrias. Pues veamos ¿qué hay de cierto?

Pensemos en el clúster metalmecánico que fabrica sembradoras, tractores, pulverizadores, casillas, acoplados cerealeros, camionetas, etc. Todos esos bienes no tendrían mercado de no ser por alguien que lo demanda y empleara para sembrar. Aquí vemos como es el grano lo que le agrega valor a «los fierros». Del mismo modo pensemos en el gas que se transforma en grumo de polietileno que termina en un silo bolsa, esto no sería necesario si no hubiera grano para almacenar. Una vez más es el grano el que le agrega valor al gas y al polietileno producido en el país, y no al revés.

Los satélites meteorológicos y sistemas de posicionamiento global al servicio del agro para ambientar lotes, hacer pronósticos del tiempo, tener pilotos automáticos, realizar siembras y fertilizaciones variable que permiten incrementar la productividad, son tecnologías que nunca serían calificadas de «primarias», pero no tendrían sustento comercial de no ser por el agricultor.

De a poco vamos entendiendo que solo una mente miope definiría a un país agroexportador como el nuestro como primario. Aspecto que ser torna más grave y agraviante cuando encima se reniega de ello. Pareciera como que tener la posibilidad de producir mucho grano afectara de alguna manera la posibilidad de desarrollar cualquier otro tipo de industria, siendo más bien todo lo contrario, pues usan los dólares del sector para abastecer una industria de exiguas fortalezas y capacidad de auto supervivencia, que necesita a modo de respirador artificial barreras arancelarias para cazar en el zoológico.

Desde el punto de vista de los servicios, pensemos que harían los camioneros de interior, acopios, bancos, navieras, exportadores, servicios menores como talleres, gomerías y toda la gama de nuevas tecnologías del agro como billeteras electrónicas, mercado digital y aplicaciones agrícolas, si el productor no las demandara y pagara por ellas.

Con lo expuesto se advierte que, si en Argentina hay un sector que no agrega valor y es más lo destruye, es la política. Como ejemplo paradigmático podemos mencionar dos casos: la molienda seca de trigo/maíz y el tambo.

Cuando desde esferas políticas se quiere incentivar la transformación del grano en harina de trigo o maíz, algo que suena lógico a todas luces, no se advierte por acción u omisión que tenemos una alta capacidad instalada de molienda ociosa en Argentina. Ósea, el sector hizo su parte e invirtió, pero por alguna razón no puede desarrollarse.

No hay actividad que cree más valor que el tambo. Países como Nueva Zelanda o Dinamarca viven muy bien apalancados en esta actividad. Sin embargo, aún sentados sobre esta oportunidad de oro, el sector siempre está en crisis. Nos se lo puede acusar al mismo de anticuado o de que no invierta, porque tiene parámetros de producción de categoría mundial, pero debe desarrollarse en una economía que es impredecible e inestable, lo que es un veneno para un negocio como la leche, con altas barreras de entrada y salida, por consiguiente, fuertemente apalancado en el largo plazo.

En fin, de a poco empezamos a advertir que el problema es la economía. Entonces cabe preguntar: ¿quién es el que no crea valor o, pero aún lo destruye. El ideal de país que se tiene parecería ser de una industria protegida, sin competencia, que provea servicios de calidad regular, a precio de premium, siendo incapaz incluso de autogenera los dólares necesarios para mantener la importación de los insumos que necesita, teniendo que recurrir a los agro dólares como soporte vital.

Cuando se plantean estos temas siempre surge la excusa de que Argentina produce mucho por estar bendecida por su clima y su suelo, bajándole el precio a la expertiz del productor. Pero si al agroecosistema no se lo trabaja, no se obtienen frutos de este. Es decir, no estamos en la época de la caza y recolección, el campo es una red de valor primaria, secundaria y terciaria.

Las empresas que más invierten en conocimiento a nivel mundial, con presupuestos mensuales que superan el destinado por Argentina anualmente a Universidades e instituciones de investigación como INTI o INTA, son empresas que venden semilla de maíz. Una vez más, con la vieja definición económica esta empresa sería primaria, sin embargo, en esa semilla va un gran valor agregado en genética y biotecnología, en otras palabras, en ciencia.

La inversión en granjas porcinas, por ejemplo, requieren una inversión que tiene un lento repago. Es decir, es una actividad viable económicamente, pero con un repago lentísimo, estando solo al alcance de grandes capitales, donde muchas veces tienen que encontrarles destino a los fondos generados.

Resulta obvio decir que para impulsar este tipo de actividades se necesita de crédito blando, con tasas acordes al rendimiento de la actividad, o al menos regímenes de diferimiento impositivo. Y aun así costará encontrar alguien que quiera emprender semejante desafío. Es que llevar adelante estos negocios genera retos productivos, humanos y ambientales complejos de resolver, en un entorno que no lo facilita en absoluto.

En definitiva, el agro Argentino crea valor y mucho. Sino agrega más es porque no hay un ambiente fértil que lo permita, con un estado que se lleva la parte del león para mantener gasto corriente, dejando partidas cada vez más chicas para obras de infraestructura.

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