Aparecen nuevos modos de producción y consumo, pero especialistas afirman que hacen falta pasos “clave” para que la moda sostenible baje costos y crezca a gran escala
La industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. Se estima que el 8% de los gases de efecto invernadero proviene de la producción de ropa y calzado, que tan solo es superada por los desechos del sector petroquímico. De acuerdo con un informe de la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo, cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a tres millones de barriles de petróleo.
Pero en los últimos años, esta industria le dio lugar a otra forma de pensar el diseño y la producción de la moda. Una mirada sostenible que busca generar una fabricación responsable en términos sociales y ambientales y reducir, a partir de diversas técnicas, la cantidad de emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero) que liberan las prendas durante todo su ciclo de fabricación.
Cada vez hay más diseñadores apostando por técnicas de reciclaje y conceptos como el de la economía circular (un modelo en el que las materias primas se mantienen más tiempo en los ciclos productivos) a la hora de elaborar sus prendas y accesorios. Sin embargo, especialista coinciden en que a esta industria todavía le falta dar pasos clave en materia legislativa y de inversión para lograr mayor rentabilidad y poder crecer a gran escala.
El foco está puesto en que pueda volverse una opción competitiva frente a la moda convencional y, sobre todo, combatir el mandato del «fast fashion» que impera hoy en el mundo de las marcas. Hablamos de la fabricación de grandes volúmenes de ropa y accesorios en función de tendencias efímeras y de una supuesta necesidad de innovación constante.
Esquema de premios y castigos
Pablo Arino es abogado y se especializa en Derecho del Trabajo dentro del mundo de la moda, habiendo creado junto a otros profesionales, la Diplomatura en Derecho de la Moda en la Universidad Católica Argentina. Se trata de un espacio interdisciplinario donde confluyen egresados de diferentes carreras y en las que se vuelca a enseñar todo lo referido a la parte ambiental y laboral de esta industria.
En diálogo con Ecos365, aseguró que la moda sostenible no es rentable dentro del escenario normativo imperante en el país, pero que bien podría serlo a futuro. Siguiendo esta línea, indicó que hace falta un esquema de incentivos y castigos estatales que impulse a las empresas a perseguir la sustentabilidad como objetivo. Esto, teniendo en cuenta que se trata de un camino a largo plazo, que requiere de inversión, de tiempo y capital humano y donde los beneficios no aparecen de forma inmediata.
«El precio final de un producto está compuesto por variables como la inversión en materia prima, la logística y la mano de obra. Lo que tiene que existir es una ley que adicione al precio del producto la disposición final del mismo, que aquellos que usan materiales altamente contaminantes se vean encarecidos», explicó Arino, y agregó que «ese castigo» a la hora de elevar su valor frente al consumidor, es una manera de fomentar el consumo de mercaderías con procesos sustentables detrás.
Según Arino, esta idea está planteada en el concepto de «responsabilidad extendida del productor», que consiste en el deber de cada uno de los productores de responsabilizarse objetivamente por la gestión integral y su financiamiento, respecto a los insumos puestos por ellos en el mercado y que luego devienen en residuos.
«Pretender que tan solo por el cambio de consciencia el consumidor decida gastar más en productos verdes, es pecar de ingenuos».
En este sentido, hizo referencia al fallido proyecto de ley de Envases que se presentó el año pasado en la Cámara de Diputados de la Nación y cuya sanción no logró prosperar. El mismo planteaba la responsabilidad de la empresa que pone un envase en el circuito de consumo, fijando que pagara una tasa de hasta el 3% del valor del producto, dependiendo el nivel de reciclaje del material usado (a mayor capacidad menor costo de la tasa).
Por otra parte, señaló que el aparato publicitario con sus campañas de educación en este tema, apunta siempre a los consumidores (y no a los empresarios). Según detalló, lo que buscan es crear una «supuesta consciencia ambiental» que si no es acompañada con otro tipo de medidas «nunca va a poder extenderse e interpelar a nuevos sectores».
«Pretender que tan solo por el cambio de consciencia el consumidor decida gastar más en productos verdes, es pecar de ingenuos. Es muy habitual que determinada capa social elija comprar prendas baratas y esas prendas, según la ONU, se usa en promedio siete veces antes de ser descartada porque su calidad no es buena, generando un esquema de consumo rápido y grandes cantidades de residuo», detalló Arino.
Más créditos verdes
El crédito verde es un financiamiento dirigido exclusivamente a actividades sostenibles. Algunos bancos en Argentina innovaron con líneas de este tipo apuntadas principalmente a pymes que quisieran contribuir una oferta de productos más amigable con el medioambiente. Sin embargo, son escasas en comparación con otros países donde las políticas ligadas a promover la sustentabilidad están más presentes como las regiones nórdicas y algunos de la Unión Europea (UE).
«Que el precio de una prenda o accesorio hecho con materiales reciclados sea costoso se debe a que en Argentina aún conlleva un proceso artesanal, en vías de desarrollo», señaló Adrián Osuna, emprendedor textil que trabaja en un ambicioso proyecto para montar una planta para el reciclaje de telas en Rosario. Hoy, el principal impedimento es económico, aunque no pierde las esperanzas de conseguir los fondos y el apoyo necesario para ponerla en marcha.